Gabriel Rodríguez. Sórdito 2016. Foto cortesía del artista.
La jerga del arte contemporáneo utiliza el término crítica de arte, en el sentido que la conocemos como lectura y valoración de una propuesta artística en un museo o galería, pero en los últimos años se habla también de escritura crítica. En particular, me gusta más esta segunda acepción, cuando al escribir puedo reflexionar, comparar, relacionar, deducir, e incluso hasta especular creativamente -en el buen sentido del término-, traslapando mi propio pensamiento o la apropiación de otro pensamiento a través de la referencia. De manera que cuando escribo, lo hago solo sobre algo que en realidad me identifica y motiva, interpretándolo a partir de mis experiencias vivenciales o autobiográficas, que, por lo general, tienen que ver con mi propia formación.
Cuando aprecié el video Sórdito 2016 del costarricense Gabriel Rodríguez, en una de las jornadas del Continuo Latidoamericano de Performance, 2020, transmitida el 3 de diciembre del presente, encendió una llamarada que iluminó la primera parte de la década de los ochentas, cuando yo asistía a un taller, contiguo a donde realizaban las ejercitaciones los chicos de danza contemporánea, en Via Francesco di Sales, Trastevere, Roma. Lo comento pues ese fue el mejor laboratorio al que asistí, para saber de aspectos centrales a la investigación, interpretación y lectura del arte de nuestros días.
Gabriel Rodríguez. Sórdito 2016. Foto cortesía del artista.
Esbozos vivenciales
Para activar ese aprendizaje, evoco al maestro de aquella cátedra libre, quien me llamaba y advertía con fuerte acento romano: A Ferná, vieni che so' tornati i pazzi, lo cual se traduce: “ven, que regresaron los locos”. Esto, debido a los ejercicios que hacían los aprendientes de danza, gesticulando dedos, manos, brazos, cara, piernas, pies, todo un cuerpo comunicante, que mi maestro tildaba “gestos de locura”. Un día de tantos, llegó con un librito que todavía consulto: Guía a la Semiótica de Omar Calabrese y Edigio Mucci, 1975. Ese era el cuadro mas cercano a una teoría que en aquellos años empezaba a fundamentar nuestros acercamientos críticos al arte.
La tarea era tener una lectura comparativa, con los aportes de Jonathan Miller (1974), acerca del significado del lenguaje no verbal, utilizado en el o la performance, y donde constatar el carácter del gesto, como signo con parámetros descritos, como dije, para teatro y danza contemporánea, pero se pueden trasponer a esta práctica artística:
-Voz, volumen global, volumen diferencial de las expresiones específicas, variantes de altura de la emisión, el tono, e uso de acentuaciones;
-rostro, sonrisas, posiciones de las mandíbulas, altitud de las cejas;
-postura: disposición de la cabeza respecto a las espaldas, postura de la espina dorsal;
-gestos manuales”. (Miller 1974, citado por Calabrese y Mucci, 1975 P 117)
Si bien es cierto el performance es mayormente “sórdito”, sordo o hasta mudo quizás, pero en la danza tanto como en la acción del cuerpo son sobre-expresadas con la kinésica: como lo visto y recordado del video de Gabriel, gesticulaciones del cuerpo en acción, del cuerpo poético, del cuerpo emocional, que me llevaron a internarme, a avistar el escenario y manejo del espacio o proxémica, y dejarme engullir, como dije, en esa regresión, a evocar aquellos tiempos de mis propias instancias de formación.
Gabriel Rodríguez. Sórdito 2016. Foto cortesía del artista.
Elementos del performance
Para conducir esta lectura y sus razonamientos, requiero analizar varios de los insumos que potencian el video, como el sonido, y en particular la canción que relata y suma al contenido. Pregunté al artista acerca de este signo, a lo que argumenta:
… el unipersonal es sobre un hombre con su necesidad y búsqueda de desfigurar y deconstruir su identidad, que se reconoce, por primera vez, desde su cuerpo, un cuerpo que ataca su mente y pensamientos de los cuales ha sido preso, se da cuenta que ha sido un cuerpo muy condicionado, regulado, oprimido. La canción remite a lo infantil desde la melodía y la letra, para hablar de un hombre que se va de su casa a vagar por el mundo. (Rodríguez, G. Comunicación personal).
Gabriel refiere a la necesaria descolonización del cuerpo, de nuestra humanidad adiestrada por la religión y las pretensiones neohegemónicas del eterno poder, pero también, los encajes de la familia y conductas en la estructura social. Son hormas hechas de dura materia, que nos hacen constantemente, como las piedras del muro de la vieja harinera ZGZ de Zaragoza, en cuyos intersticios se cuelan ahora los geniecillos del lugar e inspiración para los que ahí se forman y vivencian el arte de estos tiempos tan contradictorios.
El otro signo importante es el “locus”, precisamente el edificio al que me refiero donde se realiza la acción, La harinera ZGZ ( https://es.wikipedia.org/wiki/Harinera_ZGZ ). Se trata de un sitio en plena transformación, cuando la antigua fábrica pasó a ser espacio cultural, al potenciarlo el ayuntamiento de la ciudad para compartir, y como dice en unos de los boletines: ”… para mancharse las manos”.
Lectura del videoperformance
La pieza, tal y como se dijo, se filma en una antigua “harinera”, en proceso de restauración o reconstrucción. Aparece como telón fondo una máquina -ignoro que fabricaría, pero prologa la locación de un cuerpo sórdido, donde el protagonista remolonea como si fueran sabanas entre los remanentes del producto y el escenario de retazos de gypson -utilizado para la construcción de paredes falsas-, pero lo que importa es el espacio cultural y colaborativo que permite, situado en la Avenida San José, 201, de Zaragoza. Aprecio en todo esto algunas palabras poderosas: Transformación. Reinvención. Restauración. Acción. Viaje o tránsito. Retorno. Valoración que evoca los cambios de paradigma, como aquel del paso de la mecanización, simbolizado por el aparato colgado en la sala de acceso, y el actual de la era digital, donde esos signos se reconvierten en una arqueología industrial para develar el pasado.
Pero también se lee la presencia de dos vocablos yuxtapuestos, que se parecen mucho, “sórdido”, y “sórdito”, o sordo, juego del sujeto en acción remontando sus ejercitaciones en silencio, danzando sobre remanentes del pasado o enharinado, como si fueran la arena o ring para los procesos de fabricación que se realizaban ahí y que hoy son solo rumores sordos. En ese sitio, hasta cuando la fábrica cerró la actividad en 2001, pero de la cual emerge una manifestación viva, lucida y sensible del artista, no es patrón de locura como le llamaba mi maestro, es una locura excelsa, cumbre de la creatividad.
Gabriel Rodríguez. Sórdito 2016. Foto cortesía del artista.
Más que la lingüística y verbalidad, entra en juego la no verbalidad, como el uso de los gestos o kinesica, las distancias, o proxémica, incluso la paralingüística que, aunque no se emiten palabras en el video, los gestos son acentuados con símiles en muecas o expresiones faciales, con las manos y dedos, pero también con los pies, activando la interpretación de caminar remontando el tiempo y sus contingencias, hasta llegar a escuchar la voz del corazón: sus latidos y jadeos respiratorios. Se presencia la poética del cuerpo que se mueve como el remolino y la ventisca, acentuando con dedos, pies, rostro y manos, mirando a través del dibujo de un corazón. Locura divina, belleza como instancia terrible, y ese grado de lo terrible, como diría el poeta autro-húngaro Rainer María Rilke, citado por Trías en el Artista y La Ciudad (1995), “ese grado de lo terrible que los humanos podemos soportar”, a partir de lo cual Mann reinterpretó: “Quien contempla la belleza con los ojos, se ha conciliado con la muerte”.
Ante las contingencias
A Gabriel lo motiva el viento que pueda recorrer entre las paredes restauradas o en uno de los aposentos aun colapsado. Pero quizás, una de las escenas de mayor significación, es donde recorre aquella larga estancia, para caminar-andar sobre la cuerda floja. Línea temblorosa que angustia y declina ante la incertidumbre, e implica llegar a la meta y el retorno al punto de partida: la casa, los padres, el hogar, el calor familiar, pero también el conflicto existencial de todo artista ante esta paradoja.
No está nada ausente la noción contraria de progreso, lograr la meta y regresar esperanzado. Es un signo que implica también escarbar: en la realidad, en el locus, en el tiempo, entre los estratos de la cultura, empuja a comportarse como palimpsesto, cavando bajo las capas de la urbe actual, de la trama social, como ocurre hoy en día en la práctica artística, y más, a partir de esta nueva realidad post-pandémica.
En algunas escenas -y con esto cierro esta lectura-, el sujeto me parece un topo que se hunde y roe el sitio, o aquel bicho kafkiano que subía a las paredes sin comprender el estado de sí, escena expresionista de inicios del siglo pasado, pero que también implica la investigación auto-referencial -como mirarse al espejo-, tan importante en el momento de conceptualizar cualquier propuesta en el arte actual, para reconocernos con nuestros talentos o lo que sabemos hacer bien., pero también las debilidades.
Y, sobre todo en esta acción de Gabriel Rodríguez de 2016, en la cual termina sórdito, enharinado, o empolvado, gesticulando entre los escombros fragmentados de la (de)construcción o reinvención de su yo interior, del escenario que él lleva dentro y del cual intenta tener alguna respuesta: A las normativas, exclusiones, violencia como la de género, en una sociedad machista que margina y no deja ser, como argumenta aquella canción del rock setentero.
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