Lucía Howell, Fangal. Foto cortesía de Cero Uno.
En el pensamiento creativo de Lucía Howell, Fangal es un espacio acuoso, el fango es barro, tierra y agua. En el fangal el cuerpo encuentra su origen, se expande o contrae porque respira y posee abundante vida. Recuérdese que, en el principio, -dice el libro bíblico del Génesis-, “el espíritu de Dios se movía sobre las aguas”, sobre el lodo en el humedal del mundo in-forme. En el caso de esta muestra en el nuevo espacio Cero Uno (Calle 0, Avenida 1), esa escultura blanda de Lucía Howel en tela negra, es un “escenario fangoso”, imaginativo, virtual, pero donde se mueve el cuerpo, y que en tanto es espacio y contra-espacio, cuerpo y contra-cuerpo, ella, la artista, explora esas infinitas percepciones, lenguajes y sentidos que le permiten crear el escenario esencial: a imagen de la tierra y el agua.
El cuerpo de la artista es el que se mueve en la cadencia de un tiempo neutro, sin métrica ni reloj, sumerge el simbolismo de una criatura, que es lodo negro y que configura con esa danza en acción, percepciones (in)alteradas de su origen, en tanto y como dije, somos barro, tierra, materia originaria del planeta y agua. Quizás, como voz crítica diría que -en el performance de este 19 de marzo en la apertura de Cero Uno-, faltó lo que poseen las interpretaciones en el video y la web, donde la artista agrega movimiento y sonido, y que es precisamente en lo que ella posee experticia (virtudes y talentos que pueden apreciarse en otros registros www.luvhowell.com).
Lucía Howell, Fangal. Foto cortesía de Cero Uno.
Quisiera decir, que además de la simbólica y la relación muy de carácter emocional, del cuerpo, este se vuelve espacio y contra-espacio, cambiante, transformable, vulnerable a la interpretación o lectura que damos nosotros como espectadores ante los signos de su obra y ante el arte en la “emergencia” de la crisis, de la pandemia, y la guerra, como la que se pelea en Ucrania. Esto se siente además en la escultura transparente, contrapunto ubicado en la salita de acceso al lugar, es un negativo de la sugerente relación entre el fondo y la figura que también portan la esencia del arte.
Uno, como observador al avistar estos simbolismos de la propuesta podría dar múltiples lecturas, pero priva nuestra intimidad, nuestra psicología (des)afectada. Fangal es una oda al planeta, a sus elementos, a sus materias cargadas de enigmas y a sus simbolismos entre el bien y el mal. Al referirse a la tierra como materia y al agua, ella observa dos de sus más importantes componentes: “tierra somos”, pero también tierra que nos da vida, alimento, trabajo para convertirla en materia para la alimentación, a partir del agro, arte de la tierra y el paisaje, observando también sus prácticas, que sean respetuosas y/o tolerantes con el planeta, y con la sociedad, pues todos, sin excepción necesitamos de la tierra en tanto de ella nos alimentamos a diario.
Lucía Howell, Fangal. Pinturas. Foto cortesía de Cero Uno.
Fangal me relaciona al humedal, al agua, de donde también nos alimentamos. Se dijo que nuestro cuerpo es agua en un ochenta por ciento, o sea somos un elemento que lo aporta el planeta, la pachamama, una madre que nos amamanta y en cuyo útero simbólico nos protegemos de la intemperie del destino y la vida. Y hablando de esa relación cosmogónica del ayer, nuestras culturas ancestrales manifestaron el poder de sus dioses del agua, como “Tlaloc”, para los mexicas; los originarios africanos en el Caribe durante la colonia, trajeron a una diosa yorisha de los mares, y que originó la religión Yoruba: “Yemayá”. Acá mismo, en el Caribe Sur en la Baja Talamanca, los bribrí creen en toda una cosmogonía que posee sus hermosos relatos, como el de “Mulurtmi”, o la princesa de la cual se originaron las aguas del mundo cuando Sibó cortó el gran árbol (Ceiba pentandra), axis mundi que hizo crecer sobre su vientre.
Y acá radica mi interpretación e interés en la propuesta performativa de esta profesional de las Artes Visuales, y que se manifiesta también en su pintura; pues en el arte actual, un “arte de emergencia”, es en suma debelador de ese significado de enaltecer y darle el verdadero valor al planeta, a sus prácticas no extractivas y producción de alimentos. Todo un discurso de punta. Y este signo me lo aporta esa escultura en tela que recubre a la artista y la carga de significados. Me sugiere observar e interpretar la forma de un tubérculo, que por la acción de los nutrientes que le brinda la tierra y el agua, adquiere cuerpo, espacio, en el terreno, bajo la piel de la superficie, y de ahí surge el alimento, la producción, el trabajo. Es como reinventar la práctica agrícola del lado de la poesía. Yo la asocio con la verdura denominada “camote”, por su hermosa y sensible morfología. Pero también la asocio a la raicilla rizomatosa que brota y crece ahí donde nadie lo espera. Dicen los teóricos del rizoma. (Deleuze) que, al observar el césped, vemos una sola planta, en realidad son muchas, pues cada planta va brotando en esa meseta y simbolismo de la territorialidad, donde y como dije nadie lo espera. Puede que nuestro visor enfoque una de todas esas plantas entretejidas, pero su raíz, la que chupa el nutriente de la tierra y la hace crecer, está muchos metros más allá, ahí donde nadie lo imagina. Esto es muy interesante y origina una percepción muy actual del arte de estos tiempos actuales, y de explicarnos la enormidad y poder del planeta, que debemos constantemente develarlo a los demás, para enaltecerlo, y que además, en tanto simbolismo, también explica las múltiples relaciones del Arte de hoy con la Ciencia. Esto es fundamental, y lo marco como el abordaje que más me interesa en la propuesta de Lucía Howell, es el que me engancha a reflexionar con estas teorías que dan explicación al acto creativo, que me mueven a reflexionar más allá de lo que vemos y pensamos, pues siempre habrá un algo más, una resultante de nuestras acciones. Toda
acción provoca una reacción.
Lucía Howell, Fangal. Foto cortesía de Cero Uno.
Existen en esta propuesta que se exhibe a partir del 19 de marzo en este nuevo espacio, otros elementos que son perceptibles en el performance, pero además signos muy sugestivos o enigmáticos, expresados en la pintura: el cabello, los nudos, y la mano y en particular las uñas. Hay una fuerte manifestación simbólica de la feminidad, de la delicadeza del cuerpo, el cuerpo simbólico que también coexiste con el cuerpo material, y que repercute y se vuelve discurso, al lado de los mitos, pero también la realidad. Esa sensualidad pulsional puede que enmarañe y nos capture y troque en arma de doble filo.
Son elementos que aportan a la lectura e interpretación, que son un flujo entre la fangosa materia que tanto nos habla de vida, de realidad, de sociedad, pero además nos evoca el “tremendal” de la existencia con sus vicisitudes y antagonismos, en esas arenas movedizas o lodos existenciales en los cuales a veces pensamos que nos hundimos y miramos a los demás con desesperación y perplejidad, para que nos den quizás una mano salvadora, un respiro en lo abismal. Son las contingencias del “fangal, pero que también aportan al arte, si las sabemos utilizar y desenmarañar, a una obra artística vulnerable, sí, como la vida. Pero si las sabemos conducir, esa debilidad puede ser fortaleza. Ahí está el sentido, la carga de emocionalidad o escenario, o cuerpo, que, si no la tuviese, sería solo anti materia o absurda caricatura de una práctica inconsistente.
Sala de Cero Uno, espacio de trabajo, investigación y producción cultural contemporánea.
Luis Fernando Quirós, 2022. (acreditado por la Asociación Internacional de Críticos de Arte, capítulo Costa Rica).
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