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Grace Herrera Amighetti: La esencia de la burbuja



Grace Herrera Amighetti, con uno de sus trabajos. de grabado.

Por las venas y arterias de Grace Herrera, fluyó el ADN o heredad de una familia del arte en Costa Rica. Sobrina de don Paco Amighetti, hermana del acuarelista y médico Walter Herrera, del arquitecto y docente Juan José Hererra, madre de Alberto Murillo, otro importante ícono del arte nacional en la beta del grabado, la docencia y la editorial, además de Eugenia, gráfica y artista creativa. Es una familia tan inmersa en estos territorios de la cultura, que, como sucede con la naturaleza del rizoma, tarde o temprano veremos brotar nuevos retoños a su forma de manifestación artística, y aunque ella ya no nos acompañe, prevalece la esencia de su consanguinidad.



Grace Herrera Amighetti, cFelices Vacaciones, 2016.



La calidez de una burbuja

Cuando visito una exposición de arte en una galería o museo, por lo general encuentro algunas piezas que en particular motivan a reflexionar, en ocasiones el detonante es el contenido o el singular tratamiento del tema, aunque también a veces no logro levantar mis emociones y permanezco silencioso, es entonces cuando no comento nada ni lo visto me motiva a externar los análisis o interpretaciones sobre lo observado.


En la propuesta colectiva de “15 Años de Costacuarela”, Museo Municipal de Cartago -inaugurada el 23 de setiembre hasta el 19 de noviembre 2017-, advertí la motivación que suscitó una pieza en particular para concluir con un comentario: Me estremeció la pieza de Grace Herrera Amighetti “Felices Vacaciones”, 2016. La pieza me detuvo ahí en aquel ángulo de la sala, intentando descifrar los enigmas del arte, instigado por cuestionarme a mí mismo mis saberes, y responder en esa introspección a la interrogante que se me planteaba: ¿De qué manera nos afecta el arte e imprime huella en la memoria?


Mes y medio después en el homenaje que la Escuela de Artes Plásticas, Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Costa Rica rindió al Profesor Emérito Luis Paulino Delgado quien fuera docente, director de la escuela, y decano de la facultad, y gran amigo de doña Grace, ella exponía en el conjunto de obras de unos cincuenta profesores que se unieron al homenaje, una acuarela de esa misma serie, y volvía a sentir encenderse los activadores emocionales que me estimularon a revisar este comentario en su versión inicial publique en nuestra revista La Fatalísima, No. 6.



Grace Herrera Amighetti, acuarela.


Azarosa naturaleza

Al detener mi caminar por las salas observando lo expuesto, de inmediato saltó en mis recuerdos un comentario que escuché precisamente de don Paco Amighetti –docente de esa escuela y maestro del arte nacional además de poeta-, acerca del tratamiento que los artistas orientales dan al tema del paisaje y la naturaleza: el decía que en el arte oriental la naturaleza la pintan ominosa, con abominables arboledas, enormes y sinuosas igual que las montañas y las nubes, y al ser humano lo pintan diminuto, delante de aquella inmanente presencia a punto de colapsar y venirse encima. El maestro Amighetti decía que aquel signo debía interpretarse como el respeto que el ser humano -y sobre todo el oriental-, demuestra hacia un entorno que nos da solaz esparcimiento, pero que a veces también se vuelve su enemigo.

La burbuja

Pues en esta acuarela de 2016, Grace Herrera, tal y como lo hacen los maestros orientales pinta en su caso no arboledas y montañas sino un mar -presagio envolvente-, con incontenible fuerza; pero en una zona de luz y tranquilidad –en lo que podríamos denominar una “burbuja temática”-, ubica a dos personajes casi transparentes, signo que alude a nuestra fragilidad humana delante de lo voraz del entorno, o ante aquella grandeza a punto de acometer. Y quiero reflexionar el significado que tiene hoy en 2021 la burbuja delante de la pandemia de la covid 19, que en un año, ha cobrado millones de vidas en todo el mundo, y el calor de la burbuja familiar es un antídoto a la cual no penetra la bacteria, pero no es solo el espacio físico, sino un protocolo de limpieza.



Grace Herrera Amighetti, acuarela.


Lo pintado por esta artista en “Felices Vacaciones”, 2016, son criaturas quienes debajo de esas olas sinuosas cual temible huracán, se vuelven inmunes, se protegen, cual si estuvieran en la burbuja del vientre materno durante la gestación rodeada del líquido amniótico, donde todo nos es dado: aire, alimento, amor, vida y es ahí donde nuestro cuerpo alcanza el potencial de vida, y no solo el cuerpo sino también el cerebro y nuestra futura capacidad de pensar.


Ambas zonas pintadas se muestran en suma tensión: la del cielo y el mar, tratadas con verdes esmeraldas y matices de azules marinos, se disponen en aproximación conceptual con el área de la playa tratada con ocres amarillos de las arenas de la costa, el color de las conchas y los verdes de los repastos marinos para incrementar el contraste frío-cálido tan dramático (y que nos dice el grado de manejo de la teoría del color por parte de esta artista); así de esa manera acentuar la presencia de aquella burbuja intensificada con mayor luminosidad con algunos tonos esmeraldas como el clarear del alba. ¡Qué impresionante y bella la metáfora emergida del agua, el color y el papel para resaltar la atención hacia ambos personajes y anunciar el revivir en una nueva vida!


Intertextualidad y lo azaroso de la existencia

De alguna manera, ambas acuarelas, la expuesta en Cartago y la otra en Bellas Artes allá en San Pedro, me recuerda dos versos de una canción que leí en la novela “Mamita Yunai” de Carlos Luis Fallas (Calufa): Conozco un mar terrible y tenebroso / donde los barcos del placer no llegan. (Fallas 1998. P177). Y es precisamente que la autora de ambos cuadros en mención se viene levantando de un agudo estado de su salud, por lo que carga a la pintura de una nueva situación emocional, esperanzadora como un renacer. Es muy válida como experiencia y ejemplar para todos, hab lo del poder sanador del arte, cuando quizás ella hasta advirtió los coletazos de la ballena que a veces nos lleva hasta su oscuro vientre - como al bíblico Jonás. Pero esta artista, sabia y reflexiva como lo fue siempre, simbólicamente se sumió en el imaginario de aquella burbuja de luz y vida para ver pasar las ventiscas ciclónicas –las vicisitudes de la eterna incertidumbre-, y sin ser afectada. La mejor medicina, la del espíritu, la del impulso del arte para sanar hasta la más mínima célula del cuerpo en aquel “mar tenebroso y terrible” de la última instancia a la cual somos sumidos los humanos para decir como el poeta de América: “Confieso que he vivido”.

Cabalgar la tormenta

Interpreto además ese signo como que a pesar de las grandes contingencias que nos antepone la existencia, como ese mar tormentoso, hay un ojo del huracán, un núcleo de luz donde podemos apreciar la claridad y disfrutar de “las vacaciones” pintadas por Herrera-Amighetti. Desde las revelaciones de las siete leyes de la Teoría del Caos de Briggs y Peat (1999), la tormenta con vientos ciclónicos es un elemento arrasador y destructivo, pero en el interior del vórtice, el ojo, hay tranquilidad y alcanzado ese remanso podemos encontrar y admitir las fortalezas infinitas de la creatividad para catapultarnos librándonos del fenómeno. El renacer. Lo que se deriva de este díptico de obras y a manera de colofón al acercamiento a su pintura expuesta en “Costacuarela”, es que debemos aprender a remontar el torbellino ciclónico, saber cabalgarlo, tal y como decía aquella hermosísima canción de la década de los años setentas del siglo pasado del grupo rock The Doors: “Rider on the storm”.


La conocí en los años setenta del siglo pasado, cuando ella ya era docente de la Escuela de Artes Plásticas, Universidad de Costa Rica. Ayer, que por redes sociales trascendió su desceso, Otto Apuy, compartió una fotografía de su muestra en la Galería Sokari, barrio Amón, 1977, espacio en el que participó ella también como galerista, Grace, junto con Blanca Fontanarrosa y Georgina Pino. Yo estube ahí, en aquella inauguración, conociendo el trabajo en dibujos de Apuy, que aún cultiva, pero aquella fue una década muy importante cuando el arte de este pais empezó su escalada de transformación hasta los tiempos actuales. Y donde ella también forjó el proyecto de tener su propia galería y que la tuvo ya al final de su existencia.




Grace Herrera Amighetti, acuarela.


En 1985, al regreso de mis estudios en Italia, doña Grace y Luis Pailino Delgado, se convirtieron en mentores e impulsaron mi participación como docente en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica. Ella confiaba en mí, le gustaba el trabajo artístico y pensamiento mio, e hicimos yunta en la enseñanza del diseño básico, redefiniendo los planes y programas para su transformación con un énfasis en el trabajo manual, la experticia, tan necesaria para que el artistas y diseñador impriman su propia huella en el devenir cultural de Costa Rica.

En 1996, por su afición a todo tipo de objeto vernáculo, funcionales o estéticos, hicimos una gira muy importante a Guanacaste, y en particular a Liberia, pues ella conocía a liberianos que tenían colecciones de esta clase de objetos que llamamos diseño autóctono, y visitamos otros lugares por el Parque Nacional de Santa Rosa y la famosa Casona. En varios días de la gira fuimos encontrando objetos e íbamos anudando al proyecto de la muestra “Diseño Vernáculo Costarricense”, 1996, expuesto en la Sala 2 del Museo de Arte y Diseño. Grace, además, fue activa y apoyo fundamental para los conversatorios que se derivaron de esa muestra.


En 2012, le realice una entrevista para ampliar esos temas que tanto le motivaron, de la enseñanza del diseño, para la revista Experimenta, donde abordamos además algunas de sus obras artísticas.


Hoy, que repaso lo escrito hace cinco años respecto a aquella burbuja pintada por ella en “Felices Vacaciones”, 2016, me percato acerca de tantas coincidencias sobre la interpretación de nuestros espacios de intimidad donde nos refugiamos en signo de protección, y de lectura de un presente, cuyo pasado ya no existe pero que nos deja un futuro aún por develar.


Al leer la noticia y amplia divulgación obituaria, pensé en escribir algunas notas recordando nuestra gran amistad, y simplemente no lograba hacerlo, me sentía atorado en mis propios mecates, y es que con ella tocamos muchas veces estos temas, y siempre vi brillar en su mirada un hilito de esperanza, pues de una persona como ella que nos lega tanto, ese legado representa seguir viviendo, en la memoria de las cosas que ella creaba y que amaba. Así que no me queda mas que decir. Hasta pronto Grace, te sigo viendo en aquella acuarela de la burbuja, en tus ensambles de papeles de fibras de un árbol que ella trajo desde Japón, que le surtía de material para sus investigaciones y creaciones. ¡Hasta la vista Grace!


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