Colectivo MR: de Marina García Burgos y Ricardo Ramón Jarne en Galería Vigil Gonzáles, Lima, Perú.
Bodegones Urbanos de Marina García Burgos y Ricardo Ramón Jarne. Fotos de Google Image.
Al abordar hoy en día el género del bodegón, y en particular su tratamiento en el arte contemporáneo, importa considerar tanto el espacio, como la colecta de los objetos actuantes, apreciar su materialidad, orígenes, referencialidad, composición o propiedades conmutativas en tanto también puede ser un juego numérico (Durero), en la manera cómo se acomoden en aquella ventana vinculando la luz y sombras, que portan a la profundidad, a la vicisitud del hoyo o embudo -en la visión dantesca del “Mapa del infierno” (creado entre 1480 y 1490) mentalizado por Sandro Botticelli (1445-1510)-, con todo y lo emocional, fatídico, ácido que nos pueda parecer. Son también signos de aquella última instancia hacia la cual tomamos rumbo los humanos, aunque en ese trance nos invade el terror (Mann).
En tanto los bodegones del Colectivo MR reinterpretan las pinturas del español Juan Sánchez Cotán (1560–1627), a quien descubro, maravillado, juegan un rol además de los objetos, las texturas, las líneas estructurales o compositivas cargadas con otros acentos y narrativas, como la evocación del inminente deseo y la adrenalina que advertimos al colectar objetos en la ciudad, encontrados y reapropiados, que traducimos al lenguaje con que nos comunicamos hoy con la fotografía: imagen en la cual persiste el enigma, una enorme interrogante sobre la existencia y el no saber qué, lo cual permanece y marca las vivencias cotidianas.
Pero lo expuesto por la pareja impresiona e instiga a cavar en las estratificaciones del tiempo actual, al igual que en el pretérito, espíritu que emerge de esa visualidad en la labor del palimpsesto, sacando a flote una imagen conceptualizada, construida y reconstruida con referentes sustanciales que nos mostraron un ángulo distinto del discurso, y el impacto de los recursos de la técnica y la jerga sobre el objeto, ese signo que recogemos a diario -en nuestra propia experiencia de colectores-, para traerla a la obra, y en tanto atañe a nuestra concepción de lo cambiante de la cultura -la cual siempre busca algo más-, vierte un ángulo distinto por donde ver lo que tenemos a nuestro haber o lo que aún debemos conquistar.
Discurso de lo inanimado
El vocablo “bodegón” o naturaleza muerta -en el sentido que son objetos inanimados-, proviene de la idea de “bottega”, taller o estudio del individuo creativo quien se sume en ese espacio de la creatividad, a buscar otros ángulos por donde mirar al arte, a (des)aprender quizás, pero al mismo tiempo volverse a nutrir de conocimientos, en tanto hoy y a la velocidad a que experimentamos lo vivido, importa renovar e innovar para que lo dicho o hecho recupere elocuencia y sea creíble.
Quienes fuimos aprendientes de arte alguna vez, dibujamos, pintamos o instalamos “bodegones” para controlar la representación de los objetos, repasar la composición y proporción, en la cual prevalece la variedad de la materia, preguntándonos cómo son afectados o su resistencia ante el mismo ambiente. Me traslapa a la acción creativa del Povera de mediados de los sesenta del siglo anterior, por el uso de objetos, la naturaleza, lo temporal, y cómo afecta a tal materialidad el paso del tiempo, pero también espacialidad y atmósfera, un nuevo tratamiento a sus superficies contenidas en el cuadro o cajón tridimensional, ahí donde hoy atrae la evasiva mirada del espectador actual ante tanto desparpajo y bombardeo visual.
Emocionalidad y subjetividad
Al respecto el filósofo hispano Eugenio Trías, a finales del siglo pasado, refería al Fedro, a una nueva categorización del Eros:
“El deseo de belleza, el impulso hacia lo bello aparece aquí como forma de locura, la locura divina, en la que el sujeto pierde el dominio de sí mismo, y se conduce como un enajenado”. (Trías, 1997 P.44).
¿Será esa objetualidad, la que matiza o provoca lo pulsional del goce estético, erotismo punzante que se nos viene encima como una daga empuñada hacia nuestra mismidad? ¿No fue acaso el impulso que sedujo a Gustav von Aschenbach, a permanecer en Venecia, al encontrar la piedra preciosa que, rebosada de virtud, representaba la pócima amarga y ruta hacia la instancia terrible que esperaba en aquella atmósfera enfermiza y silenciosa? Ese grado de lo terrible, que, como diría Rainer María Rilke, “que los humanos podemos soportar”, y que matizó Thomas Mann en esta impresionante muestra de la narrativa moderna.
Actúa el miedo o terror al individuo creativo a descubrir(se), como lo dijo Bataille:
“Constantemente se da miedo de sí mismo. Sus movimientos eróticos le aterrorizan”. (Bataille. 2005. P11).
Juan Sánchez Cotas Bodegones en el Museo Del Prado, Madrid. Fotos de Google Image.
Actualidad de los discursos
En un texto de los artistas publicado en la web de la Galería Vigil Gonzáles de Lima, refieren al ya citado pintor Juan Sánchez-Cotan, quien creó una serie de nueve bodegones, expuestos por primera vez en 1935 en el Museo del Prado, y cuya severidad y contraste, elogia el arte de componer objetos en el formato del cuadro, lo cual Marina y Ricardo Ramón conjugan en tiempo actual, lo reimaginan, desde los liminares y búsquedas del proyecto iniciado en 2013 en el puerto bonarense argentino. Dice el Colectivo MR acerca de esa situación del invalido pordiosero que deambula buscando algo que le sustente y que no es precisamente comida:
“Esta serie que tiene más de 10 años se convierte en intemporal, como los mismos cuadros de Cotán, por estética y por su carga política y social. Pero en su atemporalidad no pueden ser más actuales hoy día. La situación de los “sincasa” no sólo no ha mejorado, sino que ha empeorado con el tiempo, la crisis en Argentina se ha convertido en una constante, la enorme brecha se ha ido agrandando. Parece que no existe solución, que no solo Argentina, que el mundo entero ha caído en la debacle más absoluta, que la situación de los “sincasa” no era la consecuencia final de la degradación de una sociedad, sino el principio del gran desastre”.
Cierran la dialógica, el Colectivo MR, con este pensamiento que me permite sustentar mi propio comentario respecto al arte de los bodegones:
“Lo único que se conservará intacto será el fondo negro, el terrible abismo del final de los tiempos”. (Marina y Ricardo Ramón)
Estos signos, cruce de ordenadas y coordenadas, entretejen el discurso de lo urbano actual, de ahí el título de “Bodegones Urbanos”, propuesta conceptualizada en Buenos Aires, como se dijo en 2013. La ciudad, visualizaba Platón, se origina en la circunstancia de que ninguno de nosotros se baste a sí mismo. Necesitamos del artista quien edifica un nuevo mundo en base a signos remanentes o que se encuentran al rastrear y comportarse como el catador de belleza (Yourcenar, Memorias de Adriano. P.22, traducido por Cortazar). De ahí que exista el hojalatero, el albañil, el educador, pero también el educando, y una estructura que conforma la gobernanza para que fluya el (des)orden y que la vida no sea del todo infructuosa, ni tan desesperanzadora. Ahí está el pordiosero que duerme sobre cartones en la esquina de un edificio, bajo un puente, y a su vez convide el poeta quien desde aquella precariedad que lo engulle, elogia el más sensible cantar.
Ese pordiosero -o los “sincasa”-, buscan la cueva, la caverna, la gran madre y su útero dador, el ducto o tubería subterránea de la ciudad donde simular calidez y vivencialidad, ensortijados hacia sí mismos para paliar el frío, el espasmo, el hambre, y dejar regados objetos que luego el artista -visor y vidente (Trias. P. 78)-, recompone, para ser literalmente eterno buscador, porque carece de un lugar propio:
“Ese hombre carece de identidad: merced a esa defectuosidad puede elegir cualquier signo de identidad, puede construir cualquier personaje, puede hacer consigo mismo lo que quiera. Su esencia se halla cifrada en su libertad”. (Trías P. 95)
Liminares de esta práctica artística
Argumentan Marina y Ricardo Ramón en el texto detrás de las fotografías en la web de MR:
“Por esas mismas fechas, sorprendidos por los índices de miseria y de personas sin hogar que nos encontrábamos en las calles de Buenos Aires, estábamos haciendo una serie, también inconclusa, que ya llamábamos: “Bodegones urbanos”, eran fotografías tomadas en las calles de bolsas, paquetes, ropas usadas y restos de comida que los “sincasa” dejaban en los portales de las tiendas, bancos, puertas y vitrinas de comercios, para marcar territorio, para indicar que ese portal era suyo y que ese sería su hogar para pasar, de manera precaria e inhumana, la inminente noche. Sorpresivamente los marcos de los escaparates de las tiendas, tenían mucho que ver con los límites de las alacenas pintadas por Cotán, donde él encuadraba sus bodegones y al mismo tiempo esos objetos señaladores de propiedades efímeras que dejaban los vagabundos porteños; esas bolsas llenas de objetos absurdos, esas telas sucias y malolientes, esas botellas de plástico rellenadas con agua de las fuentes… tenían mucho que ver en su disposición espacial con los objetos representados como frutas, verduras, flores y pájaros que protagonizaban los bodegones del pintor cartujo”.
Bodegones urbanos, y con esto concluyo
Los bodegones de Sánchez Cotán son más ásperos, quizás hasta más dramáticos por esa luz barroca que engulle en una profunda reflexión sobre el papel del arte. Los del colectivo MR, formado por la artista fotógrafa peruana Marina García Burgos y el artista, historiador, crítico y curador español Ricardo Ramón Jarne, habilitan la memoria de este género artístico evocando, quizás, los de inicios en el siglo XVII con Caravaggio (Cesto con frutas, 1597-1598, Pinacoteca Ambrosiana, Milán) que, de alguna manera, animaba la representación con aquel cesto pintado hiperrealista pero con un fondo plano, claro, atípico en su pintura, pero no es solo en los aspectos estructurales o compositivos del cuadro, sino en la iluminación barroca, y aquel referente de la conmutatividad que motiva a intentar comprender en arte aquella frase de Pitágoras cuando afirma que “el orden de los factores no altera el producto”, quiere decir que sin importar en qué orden se dispongan, siempre van a arrojar el mismo resultado. En lo expuesto en Galería Vigil Gonzáles de Lima, no son operaciones numéricas las observadas sino objetos con una carga, un peso y una dinámica colectada en la ciudad, la horma de la eterna discordia (Mischerlich 1968), tentación del abismo, y los objetos colectados, (des)afectados, dispuestos en la teoría o gramática de una nueva objetualidad.
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