Por Luis Fernando Quirós, mayo de 2022
Museos del Banco Central de Costa Rica, ceremonia de activación para la próxima muestra. Foto cortesía de Rafael Ottón Solis.
Quisiera, primero que todo, contarles algo de mí mismo y que ocurre cuando voy a alguna reunión o participo en un evento donde las personas hablan, pero yo no escucho, no por rebeldía como cuando joven y había alguien que no paraba de hablar, cerraba mis oídos y párpados en hermético silencio. Ahora, aunque quiera, no puedo escuchar por mi avanzada sordera. No me disgusta del todo y aunque tenga audífonos, no quiero usarlos; pienso que, no escuchar, es aceptar mi ancianidad y esto me exige sensibilidad y perspicacia, pues debo intuir siempre por donde va la procesión. A veces termino, como dicen, “orinando fuera del tarro”; pero la vida es un puro estira o encoje, y a veces hay mucha tela que cortar para salir airoso del trance de estar conectado con los demás. Y digo intuitivo, pues siempre me propongo sacar provecho de mis acciones, derivar alguna dote de conocimiento de la experiencia para poder afirmar haber aprendido.
Preliminares
Hoy me ocurrió algo bastante curioso y digno de relatar. Me invitó la curadora de Museos del Banco Central (MBCCR), María José Monge, a una especie de activación emocional, que llamaron ceremonia, previa motivación para iniciar el proceso de montaje de una muestra que tiene que ver con “rituales”. Invitaron a Mauricio Bruce quien estuvo acompañado por la artista Alessandra Sequeira, él, es poseedor de una carga de espiritualidad y perceptualidad, quien planteó una serie de ejercicios de indagación de nuestras habilidades, sensibilidad y capacidad de profundización emotiva acerca del abordaje de la muestra marcado por la curadora: El ritual, la ceremonia, el rito. Según el diccionario de Google, “los rituales son prácticas sociales simbólicas que tienen por objeto recrear a la comunidad, reuniéndola en la celebración de un acontecimiento. El rito revive la cohesión del grupo y por lo tanto también contribuye a la construcción de su identidad”.
Museos del Banco Central de Costa Rica, ceremonia de activación para la próxima muestra. Foto cortesía de Rafael Ottón Solis.
En la historia del arte se recuerda que el rito fue componente activo del acto de pintar, desde sus liminares, el artista en la Prehistoria, creía que al pintar a un bisonte en lo más profundo de la caverna, en la “cueva del museo” propiciabael ac to de crer, lo pintaba con flechitas, y este era ya un animal cazado, y esa energúa que le potenciaba el rito carcaterizó su ir descubriendo el mundo y manera de marcar su estancia en el universo. Pienso que además es importante creer en lo que se hace o frecuenta y reconocer los valores, talentos y beneficios que nos puedan ofrecer para emerger con la seguridad de que no perdimos el tiempo.
Los participantes
Éramos unas veinte personas, muchas desconocidas, y a las conocidas me alegró sobremanera encontrármelas ahí y compartir un evento que aportó energías o vibras sanas para repensar la dote de aprendizaje en aquella mañana de finales de mayo. El maestro dispuso un manteado sobre el pavimento de la sala con un textil de esos indígenas sobre. Fue colocando chocolates, ramos de flores y frutas para formar un altar, al final del evento lo recogió en un empaquetado con el textil, flores y cuerdas, prometió mantenerlo en el sitio durante toda la exhibición. Además, estaban unas piedras de río las cuales mantenían la sinestesia olfativa con cierto aroma a chocolate, que cada uno de los participantes colectó al pasar entre todos una canastita, y que poco a poco comenzó a aflorar la esencia de aquel el rito, que trajo, a la sala la vivencia del agua y un entorno natural, desplegando nuestros carismas, caracteres personales o del mismo colectivo. De un momento a otro pasó una cuerda que majábamos con los pies, dábamos vuelta entre los asistentes, cruzábamos, triangulábamos y hacíamos nuditos al mismo tiempo que pensábamos en algo, en una frase, un potente sustantivo y verbo que pivoteaba un poema glorioso, o un elemento del planeta con el cual nos identificamos, como en mi caso ocurre con todo lo terrestre y sus frutos que, siempre empoderan nuestra identidad originaria de hijos de la Tierra, el agua, el aire, el fuego…
Museos del Banco Central de Costa Rica, ceremonia de activación para la próxima muestra. Foto cortesía de Rafael Ottón Solis.
Las acciones de aquel performance
Como en ningún momento escuché las explicaciones y lo que se pedía por parte del joven tutor, intuí que me preguntaban por el significado de las fotografías que me seleccionó María José, en tanto que días antes me llamó una de las encargadas del departamento de educación, para que grabara un audio con la aproximación a la pieza y el significado que yo daba al vocablo ritual. En el momento de hacer aquellos “nuditos” con la cuerda me sacó del acto la memoria de mi infancia, en una visión en la cual me veía escapando en los juegos con mis amigos-enemigos, yo conocía unos lugares muy escondidos cerca del barrio, entre matorrales y vericuetos que crecían al lado de la vía del ferrocarril, ahí nadie me lograba encontrar y a veces pasaba tardes enteras leyendo o dibujando, entre aquella trama de raíces, bejucos y ramajes solo interrumpido por el paso del tren de pasajeros o de carga que aturdía con su estruendosa pitoreta.
En esa regresión a mi infancia llegó la pandemia del coronavirus, y como debíamos estar confinados en casa, volví a buscar aquellos lugares y aún podía estar entre algunos, tantos años después, sin el tren, pero que consideré “mi burbuja”, en tanto eran hechos de ramajes, cañas, bejucos, hojarasca, un verdadero nido o cueva interior, en la cual me lograba refugiar para escaparme del virus que hacía sus estragos entre la población, y por otro, rememorar el rito de penetrar a aquel entorno para comer algunas hojas, frutos, uvillas, y raíces que la naturaleza surte para nuestra sanación. Volviendo al evento y al juego de la cuerda que debía de hacer nudos y pronunciar frases, recordé a mis padres, por eso el joven activador cuando nos preguntó a quien invitaríamos a estar en ese altar, yo dije que, a mi madre y a mi padre, en tanto los extraño y añoro siempre y que fueron protagonistas de mi infancia.
Museos del Banco Central de Costa Rica, ceremonia de activación para la próxima muestra. Foto cortesía de Rafael Ottón Solis.
Trama de acercamiento al significado
Aquel refugio, dije que era como un espacio que representaba la cueva existencial que buscamos todos cuando necesitamos seguridad, o aminorar el impacto de nuestros miedos. La cueva en el universo simbólico representa el útero del mundo, un lugar donde todo nos fue dado: la vida, y flotamos en aquellos líquidos amnióticos creciendo, forjando los sistemas vitales: el digestivo, respiratorio, óseo, sanguíneo, nervioso y cerebral, no necesitábamos nada solo crecer y dejarnos amar por nuestro entorno humano, natural o artificial. ¿Por qué recordé a mi madre en ese trance? Comenté que al iniciar la pandemia yo volví a la casa familiar para estar cerca de ella, pues mi padre recién había fallecido, y mi madre ya estaba afectada por el mismo mal que la llevó a la última morada. Muchas veces la senté en mi regazo, como cuando era niño ella lo hacía conmigo, le cantaba y columpiaba entre mis piernas y ella cesaba de querer escaparse hacia la casa familiar o cueva existencial al mismo tiempo que me bajaban amargas lágrimas y un nudo se atoraba en media garganta, pero a la vez felicidad de poder darle amor. Por eso, cuando Mauricio preguntó que pediría yo a aquel altar, le respondí “amor”.
Las contradiciones
Les comentó que al iniciar el juego con la cuerda advertí algún resquemor por la dimensión y significado de ese rito de amarres y cuerdas, pues mucho de ese ludismo signico arremete con tremendas jugadas y contingencias inciertas o paradójicas en el ajedrez de la vida: Una vez que estuve en un retiro espiritual con una sicóloga, un siquiatra y un sacerdote, nos hicieron ese juego con todos lo asistentes, y a mi me tocó amarrarme a una señora que coincidió estar sentada al lado, pero que no conocía en absoluto. Ella era viuda y tenía un hijo con problemas de drogadicción, pues al trenzar la cuerda ella supuso que el acto le devolvía a su marido muerto, y eso fue tremendo, pues a partir de aquel instante telefoneaba para casi exigirme visitarla, o reclamar que el chico necesitaba un padre y ella un marido, e incluso, llegó a tal situación absurda que cuando respondía alguna de mis hermanas o sobrinas enfurecía, preguntándo ¿quiénes eran aquellas mujeres que estaban en mi casa? Por otro en lo personal nada me movía a jugar de Redentor pues siempre terminan crucificados. Así que esta mañana en el museo, tuve ciertas reservas en jugar con aquellos hilos y tejidos, aunque en el fondo me encantaron las visiones que se desarrollaron a partir del evento y de la internalización hasta mis más profundos abismos, como diría Charles Baudelaire en “Flores del mal”, o, Edoard Glissant en “Poética de la Relación”.
Museos del Banco Central de Costa Rica, ceremonia de activación para la próxima muestra. Foto cortesía de Rafael Ottón Solis.
La piedrita luminosa
Otro de los pormenores de la activación fue seleccionar una piedrita que estaban en una canasta, había que sumergir la mano y sondear en el obscuro vientre de la. canasta como si metiéramos las manos en un río hasta encontrar la piedra justa, deseada, o que convenía, y se adecuara a la jugada, tanto como al significado que derivaba esa actuación. Les comento que al acercar la canasta precisé en una visión quizás afanosa e imaginativa, una piedra verde y brillante como el jade. Hice trampa pues, aunque no vi la que iba a coger me prendí de aquella, y la tomé entre mis manos cual único tesoro. Estaba fría, como el granizo después de un tormentoso aguacero. Y la escogí, porque intuía desde las escolleras de mi interioridad que yo tenía la capacidad de calentarla, y eso me daría un regalo de vuelta, una dosis de energía distinta o empatía que inferí, solo era para mi persona por ello me expuse a ésta. Al abrir los ojos, con regocijo me percaté que era la piedra verde como el jade, la que tomé entre mis manos y empecé a acariciarla mientras caminaba por los espacios de las salas expositivas del museo en el cual se exhibían mapas reconocibles de estas geografías de América y las Antillas caribeñas. Esas caricias a la piedra se me devolvían como un cálido masaje a mis manos, a mis carnes, a mis poros y piel tan desguarnecida y que necesitaba de un estímulo superior.
La energía de las cosas
En una roca está el planeta, estamos nosotros como parte de lo creado. Toda situación provoca una memoria, a una acción procede una reacción, un volver a reavivar algo, evoqué una viaje ahora a Japón, a un templo shintoísta, en el cual caminé descalzo y aún evoco las piedritas que herían la piel de los pies, o la tersura del césped y un masaje muy singular de aquel entorno poético y profundo; debía haber recogido además un par de piedras, que en cierto momento comprendí su enigma, pues aunque no entendía nada de lo que hablaban los visitantes al lugar, ante un maestro shinto quien chocaba las piedras entre sí, hablaba y hablaba pero en japonés. En el caso de las demás personas chispeaban bastante fuerte, de las piedras emergían líneas de luz en el espacio del templo, que me evocaba al poeta Sengay en la ermita de las ilusiones y esclarecían aquel rito, pero en el caso mío, las piedritas, aunque fueron chocadas con toda fuerza por el maestro, no hicieron nada, no hablaron, enmudecieron y eso me frustró. El maestro pronunció todo un discurso de la experiencia, pero no entendí nada, aunque, en ese tiempo, no tenía los problemas auditivos que ahora tengo, pero me refiero al idioma.
Museos del Banco Central de Costa Rica, ceremonia de activación para la próxima muestra. Foto cortesía de Rafael Ottón Solis.
Al final del evento, de vuelta al museo, quise mirar de nuevo aquel jade que según yo traía entre mis manos, pero el fulgor de joya preciosa desapareció, ya no era verde luminoso, era gris casi opaco. Con los masajes y caricias cedió su energía interior, pero perdió su luminosidad agua esmeralda. Eso me recuerda, y con esto termino el relato evocando la narrativa del maestro Junishiró Tanizaki. Y lo explico, pues, cuando miré la piedra en el oscuro interior del vientre de la canasta, que lo vi resplandeciente, al exponerlo a la luz perdió todo su encanto, como dice Tanizaky, “al suprimirle los efectos de la sombra”.
El famoso escritor japonés agrega que los orientales no experimentan ninguna repulsión hacia lo oscuro “nos resignamos a ello como a algo inevitable: que la luz es pobre, ¡pues que lo sea!, es más, nos hundimos con deleite en las tinieblas y les encontramos una belleza muy singular.” El esquema de luminosidad de una habitación en la casa japonesa tradicional, es como la manierista e los lienzos de Michelangelo Caravaggio, Rembrandt, Murillo o Velázquez.
Esto lo aprendí desde mi cueva allá entre los matorrales de la línea del tren después de pasar el puente de piedra en Paraíso, mi pueblo natal y donde ahora resido, pues en lo más interior de lo que era mío, solo advertía iluminados algunas partes que mostraban un dibujo muy singular y una riqueza perceptiva que se perdía al ser iluminadas o al recortar los ramajes a aquella instancia escondite o burbuja en tiempos de pandemia. Dije que no escuché nada y de ahí este sordo relato, pero de gran aprendizaje.
Cito a Yunishiró: “Nuestro pensamiento, en definitiva, procede análogamente: creo que lo bello no es una sustancia en sí sino tan sólo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros producido por yuxtaposición de diferentes sustancias. Así como una piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite una irradiación y expuesta a plena luz pierde toda su fascinación de joya preciosa, de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra”. (Tanizaki, Y. El Elogio de la sombra. 1933. P 21.)
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