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Recuperar y Reimaginar

Museo de Arte Costarricense

Nuevas Adquisiciones 2018-2021

Luego de meses de permanecer en estado de “OFF” (apagados) -relacionado a los protocolos sanitarios para controlar el avance de la covid19-, que puso y tiene al mundo de cabeza, percatándonos, además, de que en adelante las cosas no serán iguales, de que es necesario reinventarse, incluso en el arte y la cultura. Pienso, que en el fondo de cada uno de nosotros se dio el mayor logro: alcanzar un estado de sí, de activar la investigación autorreferencial para saber más de nosotros mismos y del tiempo que también nos empodera. Fue un intersticio para mirar hacia la interioridad de cada quien reflexionando sobre lo que somos y hacemos, para reivindicar el producto que cada uno aporta a la sociedad o al país, y valorar lo “recuperado o reimaginado” desde un ascendente estado en “ON” (encendidos).


Esta muestra en el Museo de Arte Costarricense, Parque Metropolitano La Sabana, registra estas fluctuaciones del tiempo y la realidad que intentan reacomodar y reinventar, entre otros, los programas y métodos expositivos, al exponer obras provenientes de distintas instituciones estatales que hoy agrandan la colección del Estado. Y en tanto reinvención en 2021, refuerza la noción del Bicentenario de la Independencia de las patrias centroamericanas de España, como dije, mirando desde adentro y nosotros mismos.






Zonas de lo expuesto

La muestra está estructurada en varios ejes curatoriales: Política y poder, grandes maestros, retrato simbólico, paisaje, erótica, entre otros núcleos que entretejen la percepción con el objetivo de provocar al visitante. Son, de alguna manera, una mirada a lo urbano actual, con sus presiones sociales, pero también sentimientos u odios persistentes en cada rincón o vía, y cuya energía emerge en cada obra interactuante hoy en estas salas y que son como un baño de aguas refrescantes para el espectador. Calza, como dije, con lo entrado al MAC en los últimos tres años para conformar la colección, y aquí denoto algo importante, misión del museo moderno: para darnos un regalo a nosotros mismos, un regalo bicentenario, un acercamiento al glorioso o espinoso recuerdo de épocas y realidades que siempre han sido distintas, sobre todo si las comparamos con el 2020 y el transcurso de este año tan singular y desafiante.

Interesan estas dinámicas reflexivas a partir de una colección tan grande, para recuperar discursos, focalizar el arte que desde 1977 abrió este lugar de lo que fuera el antiguo aeropuerto de La Sabana, para dedicarlo a cultivar, a resguardar y proteger el legado artístico costarricense. Y digo cultivar, en tanto es un terreno amplio, un campo de crecimiento crítico-creativo, donde visualizar la diversidad de productos culturales que en él encuentran tierra fértil, como lo que aprecia la curaduría a cargo de Rafael Ángel Venegas, responsable de las colecciones estatales, con un trabajo encomiable, recuperando la memoria nacional a través de pinturas, esculturas, grabados, fotografías, instalaciones, focalizaciones todas del acervo creativo costarricense que afina diálogos, pero también tensiones interpretativas.


Origen de la colección

En 1994 el Ministerio de Cultura y Juventud alcanzó la meta de contar con la sede definitiva en lo que se constituyó como el Centro Nacional de Cultura, antigua Fábrica Nacional de Licores, y una de las tareas de las autoridades de turno fue dotar a aquellas oficinas de arte, por lo que solicitaron a los artistas donar las obras (hubo mucha polémica en aquel momento, y lo habría si fuera hoy, en tanto a los artistas visuales les es muy difícil ganarse el sustento, como ocurre durante esta severa realidad, en que algunos creadores migran a otros países buscando mejores oportunidades, pues en su propia tierra se les niega o no existe mercado para sus trabajos. Este aspecto requiere mayor discusión y en diferentes estratos de la cultura ). Importa, que esas obras no fueran arrinconadas en una bodega como ocurre cuando los ocupantes de esas oficinas ministeriales cambian cada cuatro años y quieren renovar la visual del lugar -como si el arte fuera un valor inmueble cualquiera y solo para decorar-, sino que entraron a engrosar la colección bajo los aleros de un museo como es el MAC. Esta actitud es plausible, pues no se trata de traerlas a un acopio para protegerlas de la intemperie de lo urbano actual, donde persisten tantas amenazas -incluida la corrupción-, sino que van a ser fondos curados, estudiados, restaurados, recuperados y repensados por sus distintos discursos, técnicas, abordajes o hasta referentes prácticos o conceptuales, y eso es lo que ofrece la presente exposición.

Importa, al visitante, salir empoderado, que la visita toque puntos cognitivos que nos instruya en esa misión del museo de reforzar nuestra herencia, saberes, y experiencias formativas. No salir iguales a como entramos, emerger conectados encuadrando la identidad y conocimientos a partir de esos sensores que estimulan lo artístico en la actualidad ya entrados en la tercera década del siglo XXI. Vamos a salir (trans)formados, pues si no ocurre así, si permaneciéramos igual, vana sería la visita a las salas expositivas y vano el trabajo de mantener colecciones e idear exoposiciones.


Breve lectura a lo mostrado

Uno de los ejes con que inicia la propuesta en la sala principal es la política y el poder: intenso, real, tajante, incómodo para muchos, en tanto el arte toca lo político -en lo personal explico, es el el carácter de arte que más me interesa, ya he venido tratando este aspecto que lo hace un sujeto áspero, una piedrita en el zapato pero cautivante, símil de esta candente realidad y circunstancia-, y es el mejor acicate sobre lo cual hay mucho que reflexionar e investigar. Como sucede con la urbe actual, donde fluyen los discursos que remiten a las contingencias y afectaciones a la población, a la ciudad, al decoro, educación, economía, cultura, humanidad, relaciones de minorías y discursos de género, que son un “retrato simbólico” de la idiosincrasia delante del Bicentenario, pero que atañe a una (In)dependencia que no es tal como se ha pintado: continuamos comportándonos como marionetas ante los eurocentrismos, ante el nuevo gran hermano de Oriente, o entre las presiones de los muros del Norte, ninguneados por el poder hegemónico y el neo filibusterismo moderno a partir de las prácticas del mercado global u otras amenazas de las tácticas y estrategias de los Centros.


En todo ello distingue la instalación de Javier Calvo, ganadora del Salón Nacional, 2017, que comenté en aquellas fechas para la revista española Experimenta y que hoy repaso:

“De inmediato me dispuse delante de aquel emplazamiento en concreto con uno de esos símbolos de poder, el águila imperial; alusión directa al constructo situado en “cuesta del fierro” -bajando Ochomogo hacia Tres Ríos-, y recordé el reclamo en redes sociales de que el jurado premiara “un monumento nazi”, en la categoría de “Otros Medios”, de Javier Calvo Sandí (Águila, talla en piedra, 2017). Sin embargo, al leer la ficha explicativa de pared, tuve certeza de la cuantía del cuestionamiento histórico que emplazaba Calvo Sandí, como una más de las manifestaciones creativas críticas venidas de su pensamiento divergente para implicar el cuestionamiento sobre la existencia de esa simbología del poder en espacios públicos o institucionales, fundamentados con la rigurosa investigación que lo caracteriza como artista contemporáneo y armado con herramientas de hoy, y que pretende esclarecer, desde la territorialidad del arte actual el estado de tales incógnitas y paradojas. (https://www.experimenta.es/blog/luis-fernando-quiros/salon-nacional-de-artes-visuales-del-maccr-2017/)

El muro de frente a esta instalación, expone la pintura de gran formato de Alvaro Bracci, otra reflexión acerca de los juegos de poder que implican la cultura actual, la cual detalla desplazamientos, sobreposiciones y movimientos secuenciales en la horizontal del formato, en profundidad o en la diagonal, como en el ajedrez, que aporta una importante energía al abordaje, y acrecienta. -desde mi lectura e interpretación personal-, la idea de lo cívico y hasta quizás militar. Con ese lenguaje de estilo característico suyo, Bracci nos ha referido hasta al Quijote de la Mancha, constituyen metáforas, percepciones y poéticas de la vida de todos pero que se vuelven confrontativas.


Al frente de estas piezas, en la entrada a la sala de “Los Maestros”, se exhiben dos pinturas en acrílico sobre tela de Ricardo Ávila (costarricense ahora radicado en Oaxaca, México), de aquellas piezas que entraron en 1994 a dar respiro a las oficinas ministeriales de Cultura. Desde un repaso estilístico a ambas piezas, que lo ubican en sus liminares, cuando empezó a tratar el abordaje de lo urbano, con sus edificaciones, autos, personajes, parques, a descubrir aquella ciudad paradoja que él lleva en sí mismo, la que le aporta su lenguaje descubierto en sus andanzas europeas tras las pistas de su alma gemela. Evoco, en este preciso instante al poeta alejandrino Constantino Kavafis cuando dice: “No hallarás otra, no la hay, la ciudad irá en ti siempre”. Ese importante período de su quehacer, lo empezó a manifestar en 1991, con una exhibición en el Café del Teatro Nacional, titulada, “Estación Venecia”. Con estas marcas y búsqueda de lenguaje descubrió su estilo naif tan singular, pues en el fondo de las apariencias, y como lo es el arte de nuestro tiempo, crítico de esta realidad que nos mueve en el gran teatro de la vida, pero son experiencias que nos hacen, que hacemos según nuestra grandilocuencia o testarudez, pero su impronta se nos devuelve y nos golpea. Son propuestas que Ávila maduró con “Ciudades 2012”, en la Galería Nacional, cuando los edificios se derretían cual caramelos, y con estos estamentos mereció el Premio Nacional Aquileo en Pintura de ese año. Con “Observador Urbano”, 2015, tuvo una nueva percepción de ciudades, norteamericanas, centroamericanas y aztecas, que expuso en estas mismas salas del Museo de Arte Costarricense, y entradas a museos como Snite Museum, Universidad de Notre Dame, Denver Museun, en Estados Unidos, y el Museo de Arte Naif de Niza, Francia, entre otros.


Al ingresar a la Sala de los Maestros, es de esperar apreciar el arte de las primeras décadas del siglo XX, indiscutible en fortalezas de la pintura que cimienta lo artístico local, pero no el arte nacional, pues este se empezó a formar desde tiempos inmemoriales aun antes de la conquista española, pero tenemos la fea costumbre de reconocer solo el arte venido de Europa, y no el enorme potencial de lo originario, la escultura en piedra, la cerámica y orfebrería. Me conmovió encontrar una acuarela de importante formato, un bodegón, con el lenguaje inicial de la paraiseña Margarita Quesada, hoy en la colección del MAC, una pintura que ofrece, que regala, una cornucopia de la cual emerge la bondad de vivir y contemplar lo material e inmaterial. Aprecié también dos pinturas de Jorge Gallardo en aquella etapa espiritual del cielo buscado. El acercamiento a lo simbólico lo encontré en una singular pieza de la recién desaparecida Grace Herrera Amighetti, y los grabados de su hijo Alberto, además, de un múltiple de Adrián Arguedas colmado de ludismo y desenfado que ha cultivado en mucho de su arte.


Quizás, pues siempre habrá un cuestionamiento en toda visita al museo, me pareció una propuesta recargada en algunos espacios, la abundancia puede ser parte de ese despertar luego de la modorra de las cuarentenas y la pandemia, pero es una propuesta intensa, carga discursos sugerentes como aquel crucifijo pintado por Luis Tenorio, en el cual el sujeto de esa escena deja caer el martillo dirigiendo el vector hacia sí mismo, hacia su propio dedo, y en alto, ahí donde se localiza la leyenda de la crucifixión, aparece una expresión muy desestabilizadora: ¡Qué clavo!

La exposición complementa suficientes aportes y sistematización del legado transferido al MAC. Se aprecian algunas otras zonas con una imperante carga de atención/detención, como la de las fotografías de Sussy Vargas y Adela Marín, que nos mueven a reflexionar sobre nuestra sensibilidad, lo pulsional en torno al acto creativo, imagen abundante en erotismo que exhorta no solo la curiosidad del espectador, sino también el deseo.

Algo de esta propuesta, e importante destacar, y con esto cierro el comentario, me pareció un proyecto expositivo bien documentado, aportando fichas técnicas de buen tamaño y colocadas a altura necesaria, incluyendo códigos QR para abrir catálogos en línea con muestras del artista, que contribuyen a ser carta de presentación para estos entrantes a la colección, con los argumentos claros del por qué están ahí, conformando “un regalo para Costa Rica”, en la efeméride de sus doscientos años de vida (in)”dependiente”, aun no destetada del todo de aquellos “goces de Europa”.


Plaza España Roma. Ricardo Avila. Acrílico sobre tela. 1994.



Ficha técnica de pared.

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