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Sergio Valencia: La memoria del horizonte


Sala 1.1 del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC)



Sergio Valencia: La memoria del horizonte. Sala 1.1 MADC. Foto cortesía del MADC.


Leer el título de esta muestra del guatemalteco Sergio Valencia, en Sala 1.1 del MADC, curada por José Daniel Picado, de plano se me vino en mente cuestionar si ¿existe un solo horizonte para cada persona?, o, si todos vemos lo mismo según la altura o las condiciones físicas en que nos detengamos a observar, ¿será el mismo horizonte?

Así como cada uno de nosotros posee una memoria personal, cada uno tendrá su propio horizonte, un ángulo de visión muy suyo o singular, un tiempo, grados o niveles de evocar y comprender el o los significados de lo mirado; por lo tanto, son muchos los horizontes como también tantas las memorias que existan.

Y esto no solo refiere a aspectos físicos y fisiológicos de la visión, sino a estados de ánimo y persistencias en el mundo; formas de hacer mundo, y de asumir los retos que nos plantea cada horizonte: Horizontes borrosos o nítidos, melancólicos o alegres, borrascosos, humeantes…




Habrá distintas metodologías para acercarse a cada problema, hacer una o varias lecturas de cada situación creativa. Acá me motiva a parafrasear al curador español Santiago Olmo (Fue curador de la XXXI Bienal de Pontevedra, dedicada a Centroamérica y el Caribe (2010, con Tamara Díaz Bringas (1973-2022) como curadora adjunta)), al referirse, a inicios de siglo a los paisajes fotografiados por Carlos Jinesta, y expuestos en Teorética: él nos diría “Hay tantos horizontes como miradas existan”. Y ya que menciono a Santiago, no dejo pasar la oportunidad de citar sus palabras al respecto: “Los conceptos de naturaleza y paisaje configuran dos polos bien diferenciados de percepción del entorno natural, y resumen dos maneras de enfrentarse a ello. Por un lado el análisis se ocupa de la naturaleza como una estrategia de la apropiación, con resultados científicos y objetivos utilitarios, aborda un cuerpo inerte que se estudia y sobre él el pensamiento establece una teoría de los sentidos, del origen: evolución de la vida y lo vivo, compendiando las maneras de extraer recursos y beneficios, elaborando una física pero también una metafísica. Por otro lado la contemplación, como una extensión erótica de la mirada, se ocupa del paisaje, en un acto esencialmente ligado a las esferas de lo placentero, sin perseguir objetivos de utilidad práctica. El paisaje así pertenece al espacio de los sentidos y sobre todo al ámbito del placer, convirtiendo lo natural en un cuerpo vivo, capaz de despertar todas las pulsiones y las sensaciones de la piel y las vísceras de quien ejerza esa mirada. (Carlos Jinesta. El Cuerpo del Bosque. 2000. Teorética). ( https://teoretica.org/2000/02/13/carlos-jinesta-el-cuerpo-del-bosque/?lang=en )



Sergio Valencia: La memoria del horizonte. Sala 1.1 MADC. Foto cortesía del MADC.


Entonces, al hacer ingreso a esa reducida sala, estaremos delante de distintas poéticas y maneras relacionales de entablar muchas lecturas y juicios críticos, incluido el mío, o lo que opine cada visitante al museo ante los desafíos que le plantea el museo y el arte de buscarse a sí mismo en el horizonte del otro.

Al ingresar a esta sala comprendí la cuantía del o los cuestionamientos que también nos plantea el autor, de un horizonte que permea la memoria, con aquel vacío de la pared en la cual relieves reimaginando un antiguo entramado arqueológico “Sitio E-9-D” en las selvas al norte de Guatemala, nos replantea la noción de lo que instiga a la mirada. Aquella vorágine vacía y pintada de blanco con los relieves de los espacios y arquitecturas y que el autor denomina “pinturas”, son el horizonte, o aquellos grabados en las paredes o impresiones de imágenes subvertidas por la técnica y la elaboración digital, que poseen otra carga de poesía, u otra cuantía de memoria.



Sergio Valencia: La memoria del horizonte. Sala 1.1 MADC. Foto cortesía del MADC.


Lo que conocemos como línea del horizonte, es una noción cambiante, una ilusión que perciben nuestros ojos de lo que creemos sea el final del mundo, plano que pasa por el centro de la Tierra y es perpendicular a la línea del cenit. Pero cada vez que demos un paso a adelante, ese horizonte también se mueve. Y, aunque creamos haberlo visto todo al contemplar la lejanía, esa línea es en realidad una circunferencia que corta el globo terrestre, es la línea de la Tierra centrada en nuestro ojo como observador, línea cambiante, como es el arcoíris, si subimos también lo hace, si retrocedemos al igual que en cada paso ese horizonte será una referencia de algo que instiga o reta a continuar y en tanto somos caminantes de esos paisajes.




Sergio Valencia: La memoria del horizonte. Sala 1.1 MADC. Foto cortesía del MADC.

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