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TIEMPO Fragmentado / Grafitis de San Lucas



La pintura craquelada de los muros del antiguo penal Isla San Lucas, sumado a las escrituras y dibujos toscos pero emergidos del alma, trazados con sudor y sangre en aquellos grafitis, son catapultados en estas fotografías de gran formato a otra dimensión, tal y como se exhiben en el Museo de Arte Costarricense durante estos meses. En el control técnico de las fotos fueron calibradas para que al imprimir reforzaran la apariencia de aquellas murallas cargadas de tan dolorosa intención y memoria humana.





Nadie dijo que fueran hechos por artistas contemporáneos, sin embargo, parecen. El lenguaje de lo actual, manifiesta esa fuerza equívoca de un trazo que va escarbando en la pared, sin saber cómo va a terminar, ni hasta dónde va a llegar, tan solo se sabe que fueron la expresión de un privado de libertad y nadie sospechaba que hoy en día en 2021, llegarán a ser apreciados en una muestra como verdaderas obras de arte en calidad de “facsímiles” en uno de los museos importantes del país.






La palabra libertad se vuelve paradoja, en tanto vuela en el aire como una carta escrita en un papel al ser soplado por las ráfagas de viento, escapa o retorna, sin embargo, el individuo quien la expresó, y como dije quizás la escribió con tinta-sangre, sí estaba marcado entre cuatro paredes que fueron su nicho penitenciario, signo de inhumana su (des)esperanza lejos de quien amaba o que representara su hilo familiar.





A mediados de la década de los años noventa del siglo pasado, logré palpar esos grafitis, y desde ahí los sumo al acervo cultural de este país, en tanto manifiestan secretos, confesiones, oraciones, temores, sueños deseos, signos pulsionales de seres que vivieron relegados en la distancia del tiempo y la geografía en aquella isla a kilómetros del Puerto de Puntarenas, en el golfo de Nicoya. Era un entorno bastante hermoso bañado por las aguas tranquilas del golfo, sin embargo, era paisaje carcelero que impedía salir sin dejar de pagar la deuda tenida con la sociedad.

Hoy, a la vista de nuestra época, esas salas semicurculares del museo nos parecen un oratorio, un templo confesional, más que el recuerdo de una prisión. Sin embargo, manifiestan grandes tensiones sociales, culturales, vivenciales de deseos carnales reprimidos pero pintados en la pared de las celdas, pero sobre todo en las zonas inferiores de una intimidad inexistente donde un recluso dialogaba con el muro, a través de dibujos, escritos, poemas e incluso declaraciones y hasta reclamos.





Cuando visite el lugar -con un grupo de investigadores culturales promovido por el Ministerio de Cultura-, ese y otros sitios de esa zona marítima, me expuse a las pulsaciones que otro ser advirtió al escarbar en aquellos muros, tal vez con un clavo, o dibujar con un tizón, con una grafito o un bolígrafo -pues técnica y herramientas ahí no tenían algún sentido-, sellando una memoria anónima que como discrimina el título es un “Tiempo Fragmentado”.

Importante contribución a nuestra cultura nacional traer el ayer, el tiempo, y la geografía, la métrica lineal o intangible de la isla y el mar, la poesía (in)conclusa hasta las paredes del museo, y advertir la (des)esperanza por una pulsión interior insatisfecha, una lectura que conmueve ahí donde la mirada se detenga en ese tiempo y geografía de lo que fue una isla o un presidio que hizo historia en la memoria costarricense.





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