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Árbol de palabras que acrecienta en la entraña

  • Foto del escritor: Luis Fermando Quiros
    Luis Fermando Quiros
  • 11 feb 2021
  • 6 Min. de lectura

Por Luis Fernando Quirós

Febrero 2021



8 de febrero de 2021

Mientras tomaba un baño de energías que traen las brisas y el sol tempranero, llegó el repartidor de correo a entregarme un sobre. Al verlo, sabía que era un libro, esperado, con ansiedad, en tanto mi amigo el artista italiano Fausto Deganutti, me adelantó su llegada.


Sin embargo, era más que un libro: Era un diario escrito con pinturas al acuarela o tinta china, de árboles vistos o imaginados en la pantalla del tiempo la cual captura imágenes para retenerlas en la memoria, depuradas con virtud y estilo de autor, y acompañadas con poesías de una pluma de exquisita sensibilidad, al tono con cada palabra, frase, pensamiento, verso que fluye en aquella pantalla del día a día entre bosques cuyas criaturas arbóreas crecieron en nuestra entraña. Ese era precisamente el título del libro: Árboles Interiores. En Tiempo de Pandemia.


Recordé que el año pasado, en cuanto Fausto me envió fotografías de sus creaciones pictóricas, correspondí a su gesto con una nota publicada en mi blog Casa entre Árboles, que a continuación replico, en el entorno de este nuevo encuentro con su pintura y, como dije, las letras excelsas de Francesca Salcioli.


Lunes 20 abril 2020

En estos tiempos de dura crisis debido a la pandemia de la “covid19”, que tiene detenida la vida normal en todo el mundo: negocios, templos, plazas, parques, playas, sitios de recreo, escuelas, colegios, universidades, edificios del Estado, todo lo que conforma el paisaje de las urbes, quedaron vacíos. Fueron clausurados como protocolo sanitario para combatir el contagio.

Esta contingencia cambió al mundo. Es percibido con asombro cómo la naturaleza lo asimila -cuando debido a las restricciones del tránsito vehicular, no hay tantos contaminantes benzínicos y otros agresores al hábitat-, las ciudades y poblaciones rurales quedaron casi desiertas, la fauna silvestre emerge de su jungla, para rondar espacios antes prohibidos. Pienso que este último pensamiento es fundamental en arte: saber salir de nuestra propia jungla, la cual representa el taller donde se trabaja e investiga y se realiza cada proyecto; pero ese gesto no hemos sabido aun interpretarlo a cabalidad.


En otro plano de esta extraña realidad, incrementa la virtualidad: museos, galerías y muestras virtuales. Las lecciones en las universidades hoy se dan en la red; incrementa la comunicación virtual, pero al ser humano le hace falta algo, la conexión con la naturaleza con el árbol, con las letras, la palabra, la frase, la poesía, el pensamiento y emprende el camino buscando ese signo que le empodere, y ejerza una influencia simbólica, capaz de tocar todo su sistema cognitivo, emocional, espiritual.


En esta dinámica de las redes y la comunicación actual, como dije, me llegaron fotografías de un conjunto de pinturas del artista italiano Fausto Deaganutti, quien se empeña en caminar buscando un motivo de estímulo qué representar en su pintura. En arte, caminar es sinónimo de investigar, analizar, entretejer ideas, explorar, experimentar, tratar nuevos matices de la creatividad, en tanto mientras se camina se piensa, reflexiona, cuestiona al interno de un estado de sí mismo, para finalmente encontrarse, como si se mirase al espejo donde su imagen es más pura o nítida. El artista, es su árbol interior encontrado, aunado al la sonoridad sinestesica relativa al verbo, al significado, a la poesía decantada con la existencia.


Lo que el artista encuentra es esencial, son trazos de enorme simpleza, y en el arte de estos tiempos actuales lo simple o minimizado significa sumirse en una manifestación excelsa, sublime (y aquí evoco un pensamiento del poeta Rainer María Rilke: “Grado de belleza que el humano puede soportar”, en conexión con lo místico del alma enamorada y ebria por lo bello, estado que no se paga con riquezas, sino con el fruto mismo de esa investigación. En el caso del pintor italiano a quien me refiero, el fruto es la pintura, un árbol que recrea en diversos lenguajes de la acuarela y la tinta china, y en ese trazo primigenio pero elocuente, se posiciona.


Deganutti es un buscador del árbol, y para esta serie de pinturas en particular, pues su imaginario pictórico es muy amplio y aborda sendas donde el centro es el ser humano, traducido a un ejercicio de representación en los limites del Neoexpresionismo o el Informalismo. Pero lo explorado hoy en día es a ese sujeto de la creación, columna vertebral de la vida, el cual nos infunde valor y eleva hasta alcanzar la dimensión del ser, donde irradia energía, donde encuentra aquella zarza ardiente en la cual el Creador Supremo selló con fuego las reglas del juego.


Ayer escuché, estupefacto, la noticia que el lago de Páztcuaro en el estado de Michoacán, México, pierde un kilometro cuadrado de su extensión, se esta secando, y eso ocurre debido a deficitarias prácticas de conservación, les hace falta sembrar árboles, que recoja y fije a la tierra los nocivos gases del efecto invernadero, y que el oxígeno recuperado que librera en la atmósfera forman las nubes, y provocan la lluvia. Creo en el factor holístico de que, al captar una fotografía o pintar un árbol, con ese gesto le comunicamos a la naturaleza, al bioma, su importancia, que existe belleza, y la natura lo asimila y se luce ante esa contemplación.


Pero sí la naturaleza enferma, lo hacemos nosotros. Sí el lago o el río se seca, lo hacemos nosotros pues son espejo donde se mira la creación. Quien busca a un árbol, es porque anda buscándose a sí mismo, no se trata de una singular criatura del bosque o la montaña, es el árbol interior, lo que motiva a subirlo, y cuando alcanzamos al ramaje más alto, el mundo se verá distinto. Desde esa altura podremos lanzar al aire nuevos poemas, sentir diferente sus letras, sus silabas, su encadenamiento poético que enerva nuestra sensibilidad.


Diría que, con dicho lenguaje de trazo simple, gesto suelto y desenfadado, juguetón, si se quiere, logra un abordaje de la pintura contemporánea que no se somete a aquellos encajes del ayer, pues conquista libertad.


Se aprecian sujetos de ramaje seco, sin hojas, como se observan al finalizar el otoño y llegar el invierno, o florecidos en la primavera y reverdecidos en verano. Esas cuatro estaciones son apreciadas en frondosos adentros del bosque, en parques o jardines, en la ciudad -y, tal y como se dijo-, en el jardín interior que pueblan las memorias del individuo creativo, sus alegrías y celebraciones, también vicisitudes e incertidumbres de este tiempo tan intenso que nos ha tocado vivir y que media en la clave cromática de lo pintado y creado con cada árbol.


El artista apropia los caracteres formales, morfológicos del árbol, ramajes, hojas, troncos, sotobosques, raíces, para marcar lo vertical: el “Axis mundo”, que reúne el Universo, el arriba cósmico, con el abajo o supramundo, espacio o ruta donde moran los espíritus que suben y bajan por ese eje vital y existencial. Y en la horizontal marca lo transitorio, lo que se agita bajo la envergadura de la sombra, donde se gesta también mucha creatividad y es otro abordaje de lo simbólico de singular interés para el arte.


Nos pinta o transfigura la imagen del Árbol de la Vida, o el Árbol de la Abundancia en la cosmogonía de nuestros pueblos originarios de Abya Yalá, o antigua América.


Entonces, desde esta perspectiva filosófica el árbol es eje entre la vida y la muerte, vida en tanto que brota a pesar de ser talado, y muerte como instancia última donde el ser llega después de tantas vivencias y atravesar las contingencias del caminar. Como expresa el filosofo hispano Eugnio Trías, en “El Artista y la Ciudad”, 1998: “La muerte es horizonte trascendental que abre al sujeto a la trascendencia”.


Al pie de cada cuadro el autor escribe un texto, una frase o verso de un poema que habla de esperanza, pues insiste en que siempre habrá un mañana, un renacer, un adentrar al bosque profundo donde hacerse uno con el árbol que nos cambiará. Son pensamientos del cotidiano, del hablar consigo mismo, con los suyos, o cuando dialoga con ese geniecillo travieso que habita en el bosque, a quienes se les habla con palabras sencillas, como es su pintura, o se les canta con esencialidad como en la poesía de Francesca Salcioli.


Fausto Deganutti estudio en la Academia de Bellas Artes de Venecia, además de ser un pintor de activo perfil e investigador de nuevos discursos y técnicas, en la actualidad dirige la Academia de Bellas Artes “Tiepolo”, de la ciudad de Udine, Italia.


Quisiera traducir de manera libre uno de los poemas de Francesca Salcioli, de este libro que cala profundo en mi, precisamente escrito el 30 de mayo 2020:

Es tiempo de azul


He visto los cantos

del cielo entre las ramas.

He visto galaxias

florecer entre las flores.

Aquí el infinito

echa raíces,

la savia sube

al camino de las estrellas.

Incluso los nidos

tejen alabanzas

en el silencio

del anochecer.


Fausto Deganutti. Acuarela, 2020.

 
 
 

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