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Alberto Murillo: Vicisitudes taurinas

Foto del escritor: Luis Fermando QuirosLuis Fermando Quiros

Alberto Murillo Herrera. De toros y revolcones. Foto cortesía del artista.



El connacional Alberto Murillo Herrera -artista gráfico, académico e investigador cultural-, alcanza una etapa en suma importante de su carrera artística: demarcar un itinerario en el cual hoy precisamente se expone con esta nueva propuesta, e implica un espacio, un tiempo y un lengaje gráfico elocuente y poético, manifiesto con su acostumbrado rigor, y anima esta reflexión sobre sus logros pero también son claves abiertas para referenciar nuevos discursos de gran interés en el arte y la cultura costarricense. “De toros y revolcadas” es un conjunto de grabados en diversas técnicas expuestos en la Galería del Consejo Universitario, Universidad de Costa Rica, campus de San Pedro.



Alberto Murillo Herrera. De toros y revolcones. La Doncella. Foto cortesía del artista.


Devela un lenguaje de grises como el polvo, ese que se alza en las plazas después del revolcón al torero, quien emerge del trance desorientado pero empoderado, con la piel marcada, pero, sin embargo, listo para superar las contingencias de la cornada en los festejos populares que a veces manda a algunos al cementerio. En sus propuestas, hay un escenario distinto al de la plaza de toros a usanza española, y en esto denota interés en innovar, aunque también algunas piezas recuerdan la clásica imagen de las corridas: “La doncella” de 1999.



Alberto Murillo Herrera. De toros y revolcones. Foto cortesía del artista.


Acá, en esta nueva serie, el redondel se abre entre arboledas, son tablados que se levantan en la llanura cada vez que el pueblo se reúne e invita clamando festejar. Pero también ese signo de “la llanura” está cargado de matices y vicisitudes de las poblaciones rurales. Quizás lo más importante que puedo manifestar en esta lectura a lo expuesto, es que las corridas de toros son un ritual para demostrar ante el pueblo valentía y afrenta al destino, y que Alberto Murillo lo expresa con una jerga quizás lúdica, pero también agrega pimienta a la jugada.



Alberto Murillo Herrera. De toros y revolcones. Foto cortesía del artista.


Significados escondidos

La narrativa que subyace en los grabados, o la lectura profunda que toda expresión del acto humano posee, es, tal y como se dijo recrear el ritual, el juego entre el torero y el toro, lo cual representa la lucha profunda de la vida, máxima tensión entre el bien y el mal, suerte que se nos presenta a todos en algunos momentos de nuestras existencias aunque no sea sortear a un toro, esas son la incertidumbre al enfrentar el reto a la vista de una comunidad que valida la acción con un aplauso, o abuchearlo con una sonada rechifla.



Alberto Murillo Herrera. De toros y revolcones. Foto cortesía del artista.


En los grabados expuestos los toreros son héroes que afrontan la violencia al retar a la bestia, hablamos de la violencia del otro, al enemigo acérrimo que es la sociedad misma, la que a veces se nos viene encima y nos hace probar el áspero sabor del suelo. Ahí percibo un paralelismo, aunque sea un abordaje y pensamiento simbólico distinto, pero que bien podría servir a Murillo Herrera para futuros proyectos e investigaciones artísticas, en tanto coexisten los héroes-guerreros en un viaje a la muerte, al fondo del despeñadero, ese que el filósofo de las Antillas menores -el martinico-, Eduard Glissand, llama: “abismos que los humanos portamos en nuestros propios adentros”. (Glissand 2018. Poética de la relación). O sea, ahí donde está el toro, está el laberinto del Minotauro que al final de la espiral acecha la docilidad de la doncella y que es otro juego de poder avistado desde la territorialidad de la metáfora o de la eterna paradoja.


Alberto Murillo Herrera. De toros y revolcones. Foto cortesía del artista.


Motivos para descolonizar el arte

Pero, y esta postura es en suma importante en la actualidad, para reconocer la validez o multiplicidad de talentos contenidos en estas narrativas, e interpretarlo con signos que adversen las políticas neohegemónicas y neoliberales, me llevan a un significado aún más escondido guardado celosamente por nuestras culturas originarias tan ligadas a la naturaleza (a una madre parturienta que da vida, alimento y en qué creer, a un nivel más hondo del ser costarricenses), como lo relacionado al “Juego de los diablitos” de los pueblos Boruca y Curré. En esta afrenta al poder hegemónico de siempre, se baja al abismo o útero del mundo, al cual deseamos volver al finalizar nuestra existencia, a renacer en las aguas del río, ese que brota de la profunda cueva en la entraña de Talamanca o el Chirripó, y que la tradición conoce como “grande de Térraba”. Ahí es el escenario donde estos ancestros derrotan a la bestia la cual simboliza al invasor y al colono europeo.



Alberto Murillo Herrera. De toros y revolcones. Foto cortesía del artista.


Dentro de ese reto el toro tortura al torero ninguneado hoy en día en un plano de desigualdades, es herido, abatido en esta festividad vernácula del poblador originario que se propone derrotar a quien intentó o intenta borrar y desechar o descartar a nuestra cultura ancestral, porque aún hoy, a cinco siglos de la conquista, existen muchos filibusteros intentando transculturizarnos, dispuestos a cercenar nuestra identidad y lo hace cada vez más con herramientas tecnológicas de primer mundo. Y, como crítica a lo expuesto por Murillo-Herrera, cada vez que usemos ese rojo y el negro del toro serpenteante ante una doncella. Es por esto que relaciono esta muestra a la fiesta de los diablitos, para descolonizar nuestras referencias a la gráfica española y la publicidad de las tardes taurinas que son una herencia colonial.



Alberto Murillo Herrera. De toros y revolcones. Foto cortesía del artista.


Me gusta el pensamiento del doctor William Calvo-Quirós (docente del doctorado en arte de la Universidad de Michigan, quien publico el libro “Undocumented Saints, The Politics of Migrating Devotions”. El piensa al respecto:

“desde un punto de vista investigativo, los discursos decolonizadores, recentran nuestra atención, en las personas, en la vida cotidiana en la vida que pasa en las calles…, en las cosas que suceden afuera de los centros, en las periferias en los espacios, “en el medio.” Nos llama a tener una visión distinta de la historia y la estética. Porque los discursos coloniales nos han enseñado a ver el mundo de una forma, y a pensar sobre la belleza desde una perspectiva europea. Pero nosotros somos mucho más, somos muchas cosas al mismo tiempo. Por ejemplo, durante mi investigación, fue claro que la gente tiene muchas formas de definir su religiosidad y muchos puntos de adhesión y participación de los grupos de feligreses. Ser católico viene en muchos matices, y niveles. No es algo monolítico, va más allá de las estructuras jerárquicas y formas tradicionales de devoción. Un temor que me da es que, si no entendemos que los movimientos decolonizadores nos llaman a reconocer el dolor del pasado y a caminar hacia el futuro, sobre todo a reconocer nuestra multiplicidad”.



Alberto Murillo Herrera. De toros y revolcones. Foto cortesía del artista.


Para Calvo-Quirós es un asunto importante tener a la vista y de cerca y aprovechar nuevas oportunidades para debatir acerca del asunto. Concluye:

“Pero para mí una mentalidad decolonial es un proyecto hacia el futuro…, uno que reconoce el valor de nuestra multiplicidad y la diversidad, sin tener temor y sin rechazar el cambio”. ( https://www.meer.com/es/74673-entrevista-a-william-calvo-quiros )



Alberto Murillo Herrera. De toros y revolcones. Foto cortesía del artista.


La fiesta del toro y los diablitos

En la fiesta de los diablitos el toro o ícono físico o material es una construcción simbólica, una escultura echa de retazos de tela que ensambla la estructura de madera, es una máscara, en tanto necesita de un humano quien se meta debajo de ese cuerpo para gobernar al toro. Actúa el poder de la máscara, detrás de ésta hay una deidad o una fiera, y dicho individuo debajo de ese fantoche representando al poder, enciende el drama y el enigma, que le confiere embestir a los participantes quienes simbólicamente mueren al final de la segunda jornada borrachos al injerir la chicha del maíz, con esas vestimentas de gangoche áspero y una pesada talla en madera en su cabeza, agobiados, sin energías caen o duermen la resaca a la intemperie, para renacer al día siguiente con otra cala de energías para derribar a la bestia que representa, como dije al invasor. En ese juego para descolonizar la memoria histórica, al final de la tarde de ese tercer día el toro es quemado y reducido a cenizas. En nuestros credos cristianos se predica que para renacer de nuevo hay que hacer morir al hombre viejo que llevamos dentro, a la amañada sombra del enemigo que intenta dominarnos al filo del abismo.





El grabado en la historia del arte

En el abordaje a la tauromaquia importa relacionar a maestros grabadores de todos los tiempos donde se confrontan la pasión, la valentía, pero también el terror que ensortija detrás de una pupila dilatada donde se delata dolor, lágrimas, sangre, pero ante lo cual no se dice, se calla ante el público que apabulla y brinda por el contrario honor a la bestia o enemigo. En varios de los grabados de Murillo-Hererra está representada esta cala de rostros, y que referencian a su tío abuelo don Paco Amighetti. Volviendo a estos referentes de la eterna lucha, uno de los más importantes estudiosos del tema fue el español Francisco de Goya, con una serie de grabados donde asoma la cornada, la herida sangrante y el golpe certero a la dignidad del cuerpo y orgullo del torero. Esos dibujos y grabados taurinos fueron seguidos en plena manifestación por Pablo Picasso, quien sorteó al toro en la tela, en sus copiosos estudios de síntesis y hasta esculturas poco convencionales y que son obras maestras del arte moderno.



Alberto Murillo Herrera. De toros y revolcones. Foto cortesía del artista.



En la obra de este grabador costarricense la preponderancia de la luminosidad, del gesto sintetizado hasta convertirse en planos geometrizados y rudimentos de un leve cubismo, son un lenguaje más adecuado para representar la plaza partida por la luz y la sombra en una tarde taurina, en la cual enciende el combate entre el animal y el torero para debatirse entre la vida y la muerte. Ese dramatismo lo han cultivado artistas referentes abordando dicha violencia en el arte nacional, como Juan Luis Rodríguez Sibaja, Adrián Arguedas, Sila Chanto, Carlos Barboza, Francisco Amighetti, entre muchos otros de nuestras expresiones crítico-creativas. En el caso de las fiestas tradicionales costarricenses el torero, la plaza, la monta del toro, los revolcones, son fiestas colectivas donde se suelta al animal entre cientos de individuos que lo abuchean intentando que les devuelva una cornada o un revolcón, contradicción o masoquismo que conlleva el reto, pero es lo que el público quiere ver, el enigma del redil al afrontar al enemigo donde por lo general hay quebranto, sudor en los poros de la piel y sangre.



Alberto Murillo Herrera. De toros y revolcones. Foto cortesía del artista.


En estos grabados de Murillo la figura completa del animal casi no existe, pero el miedo y caras asustados de los toreros quienes pusilánimes a veces ensortijan la mirada entre el polvo, brazos y piernas de otros contrincantes, y una especie de símbolo de la bestia formada por agudas cornamentas que aparecen en estas piezas bañadas de luz y en otras revestidas de renegridas y polvorientas sombras. El simbolismo de la cornamenta siempre provoca terror, espasmo de una acometida del toro, una daga que hiere el vientre, una violación en la cual el miembro erecto se ensaña contra la voluntad y dignidad de la mujer. Son signos de dolor y por ello se representan con el rojo de la sangre y el negro de la muerte.



Alberto Murillo Herrera. De toros y revolcones. Foto cortesía del artista.


El artista, además, expone otros grabados con técnicas del metal, como la punta seca, en el cual cambia el discurso, así como el tratamiento más cercano al dibujo, y los temas también son muy distintos pues el revolcón lo provoca una ola marina, tiempo durante el cual nos parece sucumbir a la fuerza de la naturaleza. Me evoca, de alguna manera, la poética de su madre la artista Grace Herrera Amighetti, en la cual ella sometía a los personajes a esos trances ante los oleajes de los cuales se emerge desorientados pero robustecidos al probar entre los labios la sal de esas aguas; pero en tanto oleajes también evocan las contingencias de la vida.


El simbolismo de las revolcadas, y sobre lo cual hay mucho material para abordar y reflexionar sobre este discurso, son asimiladas por una enfermedad, una afronta legal o económica, la muerte de un ser querido, un gobierno nefasto que deja las arcas del Estado en banca rota o que reduce los derechos civiles; son ensambles de las paradojas donde somos sometidos al juego del bien o del mal, o a una bestia ferrosa que nos transporta al sitio donde experimentar aún mayor suplicio como aquella “bestia” que lleva encima a los migrantes centroamericanos al atravesar México, y que muchos son abatidos por balas o porque se duermen en la travesía al caer en el hilo ferroso. Asimilan la transculturización, el neocolonialismo, en neoliberalismo y el populismo con tácticas más agresivas de filibusterismo. Todas estas son vicisitudes de la arena, del redondel, y de las pericias del torero, el simbolismo del toro en el redil de las contradicciones donde muchos lastimosamente no se levantan.



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1 Comment


albertomurillo1960
Jul 16, 2023

Me alegra y me nutre está profunda reflexión motivada por la lectura de las obras. Me impulsa a continuar en esa búsqueda estético- crítica a la que me motiva la investigación y experimentación siempre desde el grabado de los acontecimientos que me conmueven y me lanzan a reflexionar.

Muchas gracias, Luis Fernando.

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