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“Guineos” de mi tierra y el mercado del arte

Foto del escritor: Luis Fermando QuirosLuis Fermando Quiros

Paredón de tierra. Foto de Eduardo Flix de Santa Cruz Guanacaste


La idea de abrir este blog-revista titulado Urbano-Contemporáneo, es ofrecer un nuevo espacio para publicar comentarios de arte cada vez más anónimo, donde se aprecie mejor el trabajo del o los artistas sin importar quien los escriba o quien los publica.


Son investigaciones, lecturas de muestras, entrevistas que tienen importancia como registro de pensamiento, como archivo y documentación. "Guineos de mi tierra" es el primero de estos comentarios, que esperamos encuentre algún interés y se siga la lectura como siguiendo los rastros -no del autor-, pero sí del artista que esté detrás de la experiencia que en el fondo es quien importa, aunque no se conozca.


El interés en la tierra y sus frutos

Comento -antes que nada-, para afirmar que me interesa la tierra -la materia originaria del planeta que se encuentra en la superficie-, desde tres distintas focalizaciones: como suelo fértil donde sembrar y cultivar productos, o sea por su naturaleza agrícola. Pero también, interesa la tierra como tiempo, como mi pasado y el pasado de todos los que conformamos el pueblo, la heredad, la patria; o sea, la tierra como propiedad, como suelo o territorio político-geográfico. Pero también como espacio vivencial donde empezamos a experimentar la vida, a escribir sus remembranzas, lo demás vendrá, se hará por añadidura; evocaremos duchas vivencias, en tanto ahí dejamos parte del ser, de nuestro ser, y ombligo, y, por qué no decirlo: de nuestra historia personal o colectiva. A esta yo le llamo la tierra emocional, la que es mía, o me permite adueñarme de ella en tanto reproduce la memoria.

Importa -a este texto de una pequeña memoria de infancia-, todos esos frutos que brinda en especial el suelo: el banano, el guineo negro o el cuadrado, el plátano, pero también el tiquizque, malanga, camote, yuca, papa, elote, ayote, zanahoria, todas estas verduras son frutos del suelo que elaboró el agricultor con fatiga, pero mirando al frente, en alto, con esperanza y amor hacia este terruño sacro que nos da de comer a diario a la familia. Son además ingredientes de una apetitosa gastronomía, la cual comienza con la “olla de carne”, una sopa de múltiples sabores pues cada verdura aporta el sabor y sustancia nutritiva.


Esto me recuerda una anécdota muy singular una vez que visité Los Alpes Marítimos, en Vence, cerca de Niza, Francia; la anfitriona de la casa nos prometió una noche cocinar una sopa típica provenzal por excelencia, que se acompañaba con un espeso vino tinto, tenía un nombre que no recuerdo pero sí sus ingredientes, y era nada más y nada menos que la sopa de “Trapos viejos” de acá, cuando se hace sopa en casa y quedan verduras y algunos trozos de carne, al otro día se calientan con una salsa de tomate y especias, suculenta y alimenticia.


Hablando del banano, que es lo que en el fondo me interesa relatar, importa preguntarse respecto a sí es una verdura cuando está verde, pues para ingerirla se sancocha o se come cocinada o se prepara en picadillo con carne molida y especias. También está la fruta al alcanzar madurez, que es ingerida con solo quitarle la cáscara amarilla o en una rica ensalada de frutas que se come con helado, gelatina y crema. También se hace queque o pan de banano y otros dulces exquisitos.


Importa además en este texto, preguntar ¿qué me acerca a ella, a la fruta del banano?, ¿qué me logrará contar de mi pasado? En mi caso personal, acercarme a la infancia en Paraíso, cuando me escapaba de la escuela para ir a ver pasar el tren, bajar y subir personas con sacos de productos a espaldas bajo el tórrido sol mañanero o las lluvias, a cualquier hora por el recio temporal. Contarme quizás de mi abuelo paterno, y de tíos, al bajar racimos de guineos que comerciaban y que traía el tren, de ahí el sobrenombre familiar paterno de “los guineos” de Paraíso.


Esas idas a la estación ferroviaria en el norteño barrio La Estación a unas seis o siete cuadras del centro, eran muy frecuentes y veloces, pues el tren se detenía a bajar y subir personas, mercaderías y encomiendas y partía de nuevo, lo más era cosa de ocho a diez minutos, y yo volvía a la escuela escabulléndome entre los chiquillos diciendo que andaba en el baño.


Años más tarde, cuando ya contaba con un empleo en una ferretería en Cartago, todo era diferente, nada de paseos y fantasías, me tocaba subir materiales al tren, alguien que compraba sacos de cemento, bloques de concreto, láminas de zinc para el techo u otros materiales de construcción en aquel almacén, me tocaba subirlos a un carretón con cuatro ruedas (llamadas perras) y empujar hasta llegar a la estación frente al mercado cartaginés, y en el momento que el tren se detenía debía subir y acomodar en el compartimento de carga, rollos de alambre de púas, sacos y láminas y hacerlo a toda prisa pues llegado el momento se escuchaba el pito y el conductor daba la señal con los campanazos para que aquella ferrosa serpiente se pusiera en marcha hacia el oriente o al occidente, según tocara.


¡Cómo había cambiado la vida para mí en tan solo unos diez años!, de cuando era un chiquillo moquiento que se escapaba de clases, al joven mozo que se ganaba un jornal semanal en esos menesteres de obrero, pero que ya se ganaba la vida y ayudaba a la manutención familiar.



La aportación del banano en Costa Rica. Foto Google Images.


!Qué me cuenten algo que no sepa aún de mi pasado, y aunque tenga certeza y. experiencia de ello, quisiera escucharlo una vez más a mis oídos que ya no escuchan como antes! No todos iban a San José, no todos viajaban a Limón o a línea vieja, unos llegaban cerca, a Santiago, el Yas, la Flor, Juan Viñas, la Florencia o a La Gloria ya acercándose a Turrialba. A Peralta, o a Siquirres, Pacuarito, Matina, Bataan, Estrada y Moín.



Mapas del ferrocarril al Atlántico


En la mañana, y viajando hacia Puerto Limón, después de las nueve y media pasaba “el pasajeros”, que sí se detenía en mi pueblo Paraíso, pasaba a recoger, como ya comenté, encomiendas y a uno que otro pasajero. A la una y resto rugía la ensordecedora pitoreta de “el pachuco”, que no se detenía aquí pero hacía vibrar el suelo a su paso veloz cortando el viento que venían del naciente.



Unos venían y bajaban. Otros subían recordando el tiempo que iba madurar la fruta, que recordaba el precio que pagaba el patrón o el comerciante y que recibía el jornalero. Esos precios que suben y bajan como la gasolina o el diesel. Esos precios que hacen que la fruta se pierda en Ecuador o en Colombia, y que me recuerdan la trifulca de narrativas que nos relataron Carlos Luis Fallas con Mamita Yunái. Este libro nos aclara que la compañía bananera no era la encargada de los cultivos, esa labor la hacían los finqueros que cultivaban, cosechaban, cortaban e iban a comerciar la carga con los encargados de la compañía, que eran los comerciantes y que transportaban la fruta hasta subirla al barco para mandarla a Estados Unidos o a Europa. Por esto los productores se quejaban tanto de su infortunio cuando la fruta abundaba en los mercados, pues aquellos mercaderes de la compañía rechazaban la carga, diciendo que no alcanzaba la calidad requerida para la exportación, y el productor perdía el trabajo, el costo del cuido y la preparación de los suelos.



Bananos cuadrados, otra especie que se cultiva en zonas de clima cálido.


Hay muchas historias de esta fruta o verdura de mu tierra, pues se comen verdes como dije sancochadas, o maduras, pero no todas. El plátano maduro posee una resina que se vuelve pegajosa cuando está cruda, pero dulce como el almíbar cuando se fríen en el comal, son apetitosas incluso por su exquisito y distintivo aroma, es único.


Recuerdo a una pareja de amigos italianos quienes al llegar por primera vez a San José, luego de viajar desde Roma, salieron a caminar por el centro de la capital y vieron en una venta de frutas unos bananos enormes y olorosos que quisieron comer de inmediato, se fueron a sentar al parque Morazán, y se les llenó la boca de esa sabia pegajosa, hasta que alguien les explicó que éstos sólo se comían fritos o sancochados.



Maurizio Cattelan, 2020. Banana. Foto de Google Images.


Existen muchas narrativas acerca del banano, relatos como “Bananos y Hombres” 1931 de Carmen Lira, la ya mencionada “Namita Yunái” 1941 y tantos otros escritores mencionan al banano en sus relatos. Pero en arte contemporáneo, en particular, se recuerda el 2020 la feria Art Basel Miami Beach, cuando el artista conceptual italiano Maurizio Cattelan, pegó con cinta adhesiva una fruta a la pared, y ahí la dejó dándole el precio de 120 mil dólares. Alguien se la comió, pues no podía quedarse ahí para siempre. Y esas son las paradojas del mercado del arte y el mercado de la banana. La oferta o la demanda, y el precio que paga quien puede, aunque sea absurdo o como es ésta de Cattelan, sea una obra de arte.

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