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Superficies Urbanas / espejos de la realidad

Foto del escritor: Luis Fermando QuirosLuis Fermando Quiros

Actualizado: 17 ago 2022

Anotaciones de una reflexión



Superficie Urbana, muestra de arte contemporáneo en Sendero. Fotos cortesía de C. Lorenzana.


Sendero, es un nuevo espacio expositivo en Barrio Escalante, San José, el cual alberga la muestra colectiva titulada “Superficie Urbana”, con obras de Luis Diego Ramos, quien exhibe collages, los blocks de concreto de Minor Mena López, las fotografías de espejos de agua de Cristina Fatjó, pinturas de Víctor Agüero y los sujetos gráficos o pictóricos de Carlos Roberto Lorenzana. Curaduría de Yamíl de la Paz García.


Esta propuesta colectiva capta la realidad del entorno urbano actual, conformado por cientos de superficies o territorios: lo humano, económico, sanitario o de salud pública, las superficies comerciales, habitacionales, educativas, religiosas, jurídicas, recreativas; podríamos afirmar que en la ciudad existen tantas superficies como habitantes caminen en ellas, pues basta andarlas para adivinar esta naturaleza urbana y/o reconocer las conductas sociales que interactúan en sus entramados vivenciales o “no espacios”, donde cunde, hoy más que nunca, la paradoja, el enigma del anonimato y la fogosa incertidumbre.



Superficie Urbana, muestra de arte contemporáneo en Sendero. Fotos cortesía de C. Lorenzana.


Análisis / reflexiones

Lo expuesto trata de entramados físicos propios de esta temporalidad actual, como acota el libro de Marc Auge “Los No Lugares. Espacios del anonimato”. (Gedisa, 2000). Refiere a una apología de la modernidad, como indica la descripción: “Son espacios contemporáneos de confluencia anónimos, donde personas en tránsito deben instalarse durante algún tiempo de espera, sea a la salida del avión, del tren o del metro que ha de llegar. Apenas permiten un furtivo cruce de miradas entre individuos que nunca más se encontrarán”. También entran en esta categoría los espacios virtuales, los cuales, y, aunque no tengan ninguna condición física, en su inexistencia logran hacer mucho y ser muy representativos de esta realidad.


Designio que marca nuestras existencias, hoy en la ciudad todos esperamos, nos miramos a los ojos, pero sin decirnos nada, y a veces, ese signo de la mirada es abusivo o algunas personas se sienten ofendidas al clavárseles ese dardo de lo incierto.


Importa decir que en la ciudad también hay muchos espejos, pero a veces nos miramos en el rostro del otro, o en un espejo de agua de un charco en la vía pública, en una superficie que refleja y es portador o catapulta el insondable efecto del anonimato, como se dijo, de la mirada.



Superficie Urbana, muestra de arte contemporáneo en Sendero. Cristina Fatjó. Fotos cortesía de la artista..


Fetiches y paradojas

Las percepciones acerca de la urbe, son de enorme valor para la investigación cultural de un ente vivencial donde median las conductas humanas, las cuales son -para la sociedad y las ciencias sociales que estudian dichos comportamientos-, verdaderos moldes, y que, aunque fueron hechos por nosotros mismos, éstos nos hacen, según la huella que cada uno deja en la acción cotidiana efectuada en este entramado a que refiero.


Una pincelada puesta en su espacio, se nos devuelve. Somos según la ciudad es. El sociólogo Alexander Mitscherlich, en los años sesentas y setentas del siglo pasado admitía llamarlos “fetiches urbanos”. Pues al intentar conocerla y poner nuestra comprensión y pensamiento en ella, en el arte, arquitectura, diseño urbano, cualquier expresión artística e intelectual de la ciudad, trae consigo el gesto de propiedad, identidad y cultura comunicados en ese fuerte interaccionismo simbólico: Si la apreciamos elegante y decorosa, no saldremos de ese ángulo de percepción, ni visitaremos otra pues existe. Si la observamos austera, embadurnada, hacinada, es porque pisamos otros diedros propios de quienes deambulan sin saber darse respuestas a las interrogantes que la misma existencia les plantea.



Los collages de Luis Diego Ramos Arias. Foto cortesía del artista.


El poeta alejandrino Constantino Kavafis declamaba: “Pues la ciudad siempre es la misma. Otra no busques -no la hay“. Concluye este poeta que la ciudad la llevamos siempre dentro.


Las fotografías de Cristina Fatjó, como adelanté, son como esos charcos de agua en las calles que se convierten en espejos, en el cual se mira el entorno, la ciudad. Se adueñan de una imagen que no les pertenece, tardan en secarse o en ausencia de iluminación, desaparecen. Son como los espejismos, imágenes añoradas pero que al tocarlas se desvanecen. Pero quizás es el único gesto bondadoso, este que consigue fotografíar esta artista, de esos cráteres en las vías que tienen de cabeza al gobierno y municipalidades, y gastan cuantiosos presupuestos para que las ciudades sigan igual.



Los blocs de Minos Mena. Foto cortesía del artista.



El block de Minor Mena, son uno de esos componentes de la dura materia con que está hecha la urbe, la cual nos hace porque llevamos dentro. Dice Mitchelich que cumplen la función de las hormas, que fueron hechas por nuestra grandilocuencia o testarudez, y tiene el mismo efecto de los moldes de detentar nuestras conductas. Si queremos mejorar las graves conductas sociales actuales, la violencia que nos asusta, debemos reinventarlas en tanto son el ente que habitamos. Todo esto que el escultor hace a la forma y la materia, incide en nuestro cuerpo y talento en tanto son un molde que termina transformándonos.


Luis Diego Ramos Arias es un comentarista urbano, él recoge indicios de la urbe, cosas que encuentra en periódicos, revistas, carteles, en esa comunicación que habla de los caracteres de la actualidad, y los recompone, contrapone, redobla, fustiga o acrecienta su estética tanto como la misma incertidumbre que le aporta su visión y creatividad. Él es un comentarista social muy poético y relacional, a lo cual aporta su propia pincelada para hacerla cercana al morador urbano, a ese fetiche producto de su propia impronta, huella o invención.



El arte de Carlos Lorenzana. Foto cortesía del artista.



Carlos Lorenzana, muy influenciado por la pandemia y el reset que provocó tantas transformaciones, expresa: “De la muestra: superficie urbana presenté dos series: una en tinta china y acrílico rojo sobre papel figuras, en pequeño formato. La primera la titulé: “Narraciones en pandemia” en primera persona, narraba entre círculos, laberintos, profundidades del negro (tinta china) el caos, encierro para la incertidumbre, el confinamiento, la restricción de tránsito.

La segunda serie la titulé: “La jerarquía de los sentidos”, son óleos sobre papel Fabriano en pequeños formatos, y un lienzo de gran formato al óleo, y que está presente el color y un movimiento quizás más libre, como es el gesto puro, (ausencia de círculos, espirales.) En este momento se retira el confinamiento y volvemos a salir con ciertas restricciones para transitar, como usar las mascarillas y el distanciamiento social, pero volvemos a “cierta normalidad”, apreciamos de nuevo una ciudad con sus colores, sonidos, y olores que emite la tan mencionada urbe.





Las piezas de Carlos Lorenzana. Foto cortesía del artista.



Con estas dos propuestas -agrega Lorenzana-, propongo reflexionar sobre la vulnerabilidad del ser humano, y la resiliencia, que es aquella capacidad que tiene el ser humano para superar las circunstancias, la capacidad de reinventarse y comenzar de nuevo todo proyecto.


Lorenzana actúa como el constructor, edifica esos moldes para modelar el paisaje, con esa serie de objetos estéticos bidimensionales y abstracciones tan cargadas de diversidad de contenidos y sustancias que la vuelven, a su forma de arte tanto como a la ciudad, predictiva y por lo tanto, traslada a la obra, como un fetiche, como un doble, que nos reinventa y consciente a su medida, el signo fehaciente de nuestra propia transformación.



Víctor Agüero. Pinturas 2022. Foto cortesía del artista.



Para finalizar con este comentario, afirmo que el pintor Víctor Agüero nos requiere, para apreciarlo, una disposición emocional bastante singular: jugar con él, ser -en tanto espectador- contraparte en un partido doble donde se va y se viene, se quita y pone, colorea y descolora, deja a los chorretes de pintura correr aquí o allá, se tacha con empastes, o configurando varias capas que hasta pudiera sugerir que se movieran, transparentaran, traslapan, en una lectura libre, pero en profundidad, y esa densidad mediática en el universo de la electrónica y la computación parecieran influenciar su propuesta creativa. Él no se queda dándole vuelta a lo mismo, se reinventa en cada cuadro, tampoco se repite, lo único que redobla es esa dosis de fogosa energía puesta en la obra, su imaginario de símbolos y simbologías e inventiva tan propia de un lenguaje orgánico, sensual, travieso, precoz, muy actual, la jerga de la misma tecnología, la de la misma vida.


Quisiera cerrar este comentario con una crítica a la curaduría, creo que un par de obras por artista para este espacio es poco, pues la sala en Sendero, daba para más; y la misma propuesta, daba para mucho más. Cuando lo expuesto convence nos podríamos aventurar a dar más, a aumentar la intensidad de la jugada, para que el espectador o visitante salga completo, descifrando los enigmas de la lectura, e interpretación de las obras, y su significación como arte de estos tiempos actuales.


Aunque me gustaría ver más superficies espejadas que me devuelven una visión del entorno, de la ciudad, de la sociedad, de las conductas de los habitantes y de sentirme dentro de un proceso que se reinventa a sí mismo, que nos cambie, y con ello cambien la violencia a que estamos expuestos por la concordia. Quisiera sentirme block, como la pieza del escultor Mena, sentirme una superficie que pinta el pincel, ser tinta y ser pincel, y fragmento de una imagen, de un texto, o un título y un lienzo trasgredido por la fuerza del arte paradójico en el devenir y que marca su ignoto designio.






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