45 Aniversario del Museo de Arte Costarricense (MAC) (cuarta parte)
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En esta exploración a algunas de las diversas zonas o territorios artísticos que conforman el arte costarricense, recién observadas en otros comentarios, no podría quedar al margen el tema de la violencia, sobre todo hoy en día -cuarenta y cinco años después de que se fundara el MAC-, a diario vivimos vandalismos, asaltos, balaceras, ajusticiamientos, rivalidad entre bandas del narcotráfico y las lacras sociales de diversa índole se perpetran en el entorno y lo urbano, subvierten aquella paz que celebraban nuestros padres como el más bondadoso carácter del país. Hoy se vierte sangre inocente en los pueblos y ciudades, en la costa o la montaña provocando decenas de fallecidos a diario a veces por balas perdidas que cruzan las paredes de los hogares sin percatarnos siquiera; las fuerzas policiales son insuficientes para repeler tan ásperas contingencias de la vida actual.
Respecto a esta exposición en el MAC, quisiera decir que es abundante en obras, pinturas, dibujos, grabados, instalaciones, esculturas, todo de interés sin embargo, la información a mano, es escasa para abarcar cualquier comentario, es insuficiente, y regresar al museo a abastecerse de datos o documentación, es complejo ante una ciudad atorada e insegura. Esta cuarta mirada a la muestra Trayectorias, curada por Eicka Solano y Byron González, me seduce concluir con lo siniestro, y aunque la mitad de lo expuesto no logré verlo más que de reojo, es un buen punto de inflexión para argumentar la conclusión. Nuestra memoria ciudadana está siendo bombardea más que nunca y, los discursos artísticos, se pueden volver espejos que reflejan la precariedad y el desenfreno social, y lo peor aún, es que esos espejos nos pueden tener en la mira.
Miradas a la realidad
En los años setenta del siglo pasado, cuando trascendió el proyecto de que la Dirección General de Artes y Letras se convirtiera en el Museo de Arte Costarricense, dirigido en esos años por la periodista Inés Trejos, la violencia que conocíamos era diferente, estaba engendrada en la región en los choques políticos entre militares y el pueblo sufriente, pero el país en ese entonces no padecía de dichos escenarios. Pero hoy, las cifras de fallecidos día con día igualan a otros países centroamericanos, México y el mundo. Somos una de las naciones más violentas según informan a diario los noticieros y se advierte en los comentarios de la población por redes sociales u otros medios que temen salir de casa y enfrentarse a un cotidiano tan aguerrido.
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Vista de Sala. Foto cortesía del MAC.
Los y las artistas por lo general crean discursos que miraban esa cala de repercusiones que aterrorizan a la población, tenemos muy presente a Lola Fernández que, en 1959, pintó el óleo precisamente titulado La Violencia, con un fondo rojo enlutado por un plano renegrido y hasta quizás bélico, como si anticipara el actual engendro y dominación del mercado de la droga, culpables de tanta desesperanza y luto en las familias. Aquella pieza de finales de la década de los cincuenta obedece a la tendencia que se daba en los pintores nacionales para abordar la abstracción, aunque la artista se inscribe en la tendencia de esos años, pero son pocas las obras abstractas que ella pintó, de frente a su producción figurativa tan abundante y de muy diversas series; es más, esta pieza se puede también leer si se quisiera como figurativa: divide el plano del cuadro en dos, como un paisaje, el cielo que enrojece un gran sol chorreante que irradia sobre un campo de enigmática luminosidad, y, en contraste, aquellas montañas agrisadas sostienen la mirada puesta en esa poética tan radical. Es una pieza fuerte, dramática, de la cual emana una energía de repulsión a ese monstruo de mil cabezas que hoy más que nunca parece dominar nuestra sociedad contemporánea y que caracterizamos de violenta.
Recuérdese que en esos años de los cincuenta y sesenta trascendieron importantes muestras, nacionales e internacionales, como la de Rafael Angel Felo García, Galaxia 44, 1965 -expuesta en esta muestra del MAC-, y que podríamos comprender como abstracción lírica, recién regresado de Inglaterra donde participó con el grupo New Vision Art, y, Manuel de la Cruz González, retornaba al país desde Venezuela donde la tendencia era la abstracción geométrica y el constructivismo, referidos por la Escuela del Sur fundada por Torres García de Uruguay. Fue cuando impulsaron la creación en 1963 del Grupo 8, que en principio abrazó la abstracción, según consta en su manifiesto, pero pocos años después los miembros del grupo ya andaban por otro lado, incluida a Lola, pisando los linderos de la figuración, quizás influenciados por las críticas de Marta Traba, jurado de la Primera Bienal de Arte Centroamericano, 1971, quien fustigó al arte local tildándolo de tibio y complaciente, al compararse con el resto de la región, incluso, se recuerda que el Gran Premio de la Bienal fue concedido al guatemalteco Luis Díaz con el ensamble titulado Guatebala, y el premio a Costa Rica que se esperaba se otorgara a Lola fue declarado desierto.
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Las Niñas, Ana Griselda Hine 1979. Foto cortesía del MAC.
De la acuarelista y grabadora Ana Griselda Hine se exhibe Niñas, una acuarela ganadora del Salón de Artes Plásticas de 1979. Es cierto que la autora tuvo otras motivaciones para pintar a su estilo, técnica y lectura de la época a ese par de niñas cuyos vestidos remueve el viento, pero leídas desde esta línea de batalla u óptica con que miramos al arte hoy, nos engancha el aguijón de los desdenes que se viven contra la niñez y la mujer: decenas de feminicidios, femicidios, violaciones, acoso y ultraje se comete a diario y desestabilizan aquella paz vivida el siglo pasado, tal y como se aprecia, a manera de comparación, en el óleo Domingueando pintado por Tomás Povedano en 1905 (circa), que también está expuesto en esta muestra.
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José Miguel Rojas en 1988 pintó la serie Imágenes del poder, un acrílico sobre tela representando a los encorbatados que detentaban el carácter de la oficialidad: banqueros, prestamistas, usureros, quuenes se sentaban en las juntas directivas de las instituciones estatales o en la asamblea legislativa pero desprotegiendo al pueblo. Se recuerda que la misma Lola Fernández también tocó este abordaje en sus pinturas de aquellos años. El enemigo de la sociedad era la bestia, y no precisamente aquel tren que atraviesa México con miles de migrantes centroamericanos en su lomo ferroso y muchos quedaban sobre los rieles destrozados o acribillados por las armas de los cárteles mexicanos. Los gestos de los tres personajes pintados por Rojas González son reales tanto como patéticos, maquinando quizás ganancias mal habidas.
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Espejo Interior. Karla Solano. Foto cortesía del MAC.
Karla Solano, en 1996, para la muestra Mesótica II Centroamérica regeneración, curada por Virginia Pérez Ratton y Rolando Castellón para el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo, creó Espejo Interior, esta instalación con diversas capas de su mismidad, las de su propio cuerpo desnudo que se multiplica a sí misma: la del sistema muscular, el óseo, y su piel. Estas estratificaciones de la realidad se superponen a unas a otras, y la violencia se observa en el paso de los años afectando su piel, su cuerpo. La vejez es una forma aunque natural e inevitable de maltrato a las carnes que conforme pasan los años van afectándolas. La pieza asume una poética muy de carácter existencial que enmarca esos abismos que llevamos dentro los humanos pero que con el tiempo se transparentan y asoman a la realidad.
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Leda Astorga. Margarita. Foto cortesía del MAC.
Leda Astorga exhibe una escultura en concreto policromado cuyo título Descanza Margarita de 2005, alude a la mujer y a la problemática de la obesidad, pero tomada con desenfado y ludismo. Más que preocuparse por esa condición tan abundante en la actualidad, y que es otra forma de violencia social cuando discrimina, Margarita, juega con ese signo tan travieso para encender la reflexión y la conciencia ante todos esos malabares de la estética femenina e incluso varonil pues no estamos nada exentos, cuando a pesar de todo se multiplican enfermedades como la diabetes, la hipertensión, el corazón y la autoestima.
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Rafael Ottón Solís y Roberto Lizano. Foto cortesía del MAC.
El desdén que en el fondo de aquel ensamble Homenaje a Monseñor Romero, 1983, de telas, cartón, cuerdas, subyace al abordaje a lo litúrgico tan propio en el tratamiento temático de Rafael Ottón Solís, evoca la figura del mártir salvadoreño San Romero de América, asesinado vilmente en 1980 mientras celebraba la misa a un pueblo sufriente como es el centroamericano y mira hacia los lugares sacros que no se escapan de ser sacudidos por el engendro de la bestia del poder filtrado en las cúpulas militares.
Roberto Lizano con esos ensambles de personajes recortados en cartón corrugado, focaliza otra forma de poder simbólico, el de las divinidades y monarcas de un imaginario felizmente elaborado con trazos de lápices de color y tizas, dejando inscripciones e irregularidades del material para evocar los trámites de transportación y aduanales propios de las jergas del mercado, son otro monstruo detentor del poder que, se traga las divisas recibidas por la venta de nuestros productos nacionales en relaciones desiguales y contradictorias e incrementan la zozobra.
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Fernando Carballo y Max Jiménez. Foto cortesía del MAC.
Otro de los maestros costarricenses que atizó ese fuego que descorazona es Fernando Carballo, con sus dibujos y pinturas de personajes de un imaginario simbólico presto a tratar la violencia contra la existencia misma y el ego de la autorreferencialidad, asperezas que cuajan en los adentros y la psique, para lo cual las obras son como mamparas o espejos que las multiplican. Está hermosa pieza de los años noventa del maestro cartaginés esta expuesta junto a otra pintura de Max Jiménez, que no deja de ser su referente, en ese carácter de miradas y tratamiento de los cuerpos y de las auras que se traslapan y encienden la belicosa incertidumbre.
Quisiera recordar, y con esto cuerro estos comentarios de los 45 Años del MAC con la muestra Trayectorias, 2023, que hoy hacemos lecturas desde nuestra propia trinchera, acosada por la violencia contra la mujer, contra la familia y la sociedad costarricense, que aquel “paraíso” con que nos deleitaron Fausto Pacheco, Margarita Bertheau, Dinorah Bolandi, Quico Quirós y tantos otros maestros en el arte nacional, hoy se han vuelto paisajes esquivos que anteceden como mamparas a una patria ensangrentada, a una realidad nacional herida y compungida que pide a gritos reflexionar y exigir a los gobernantes una táctica contra ese monstruo que no cesa de encender la paradoja del autoaniquilamiento, antes de que sea demasiado tarde.
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